La intimidad divina queda reservada a las almas limpias

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Necesidad de la guarda del corazón Dios mío, Tú eres la Santidad, y en este mundo no admites a tu intimidad a las almas sino en la medida en que se aplican a evitar cuanto pudiera mancharlas. La pereza espiritual en elevar mi corazón a Ti; la afección desordenada de las criaturas; las brusquedades e impaciencias; el rencor, los caprichos, la molicie, el afán de comodidades; la facilidad de hablar de los defectos del prójimo sin razón justificada; la disipación, la curiosidad que no tiene relación alguna con la gloria de Dios; la charlatanería, la locuacidad, los juicios temerarios acerca del prójimo; la vana complacencia en mí mismo; el desprecio de los demás y la crítica de su conducta; el ansia de estima y alabanza en los móviles de mis acciones; la exhibición de cuanto me favorece; la presunción, la testarudez, los celos, la falta de respeto a la autoridad, la murmuración; la falta de mortificación en la comida y bebida, etc., etc., qué CANTIDAD DE PECADOS VENIALES, o al menos de imperfecciones voluntarias, pueden invadirme y privarme de las gracias abundantes que me tenías reservadas desde la eternidad. (Dom. J.B. Chautard, El alma de todo apostolado)