Pensar que sabemos lo que ignoramos, es una necedad evidente; querer sentar plaza de sabios, en lo que no conocemos, es una vanidad intolerable; en cuanto a mí, no quisiera hacer el sabio en lo que sé, ni tampoco hacer el ignorante. Cuando la caridad lo exige, se ha de comunicar sinceramente y con dulzura al prójimo, no sólo lo que necesita para su instrucción, sino también lo que le es útil para su consuelo; porque la humildad que esconde y encubre las virtudes, para conservarlas, las hace, no obstante, aparecer, cuando la caridad lo exige, para aumentarlas, engrandecerlas y perfeccionarlas. En esto, se parece a aquel árbol de la isla de Tilos, que, por la noche, oprime y mantiene cerradas sus bellas flores rojas, y no las abre hasta que sale el sol, de manera que los habitantes de aquella región dicen que estas flores duermen de noche. Asimismo, la humildad cubre y oculta todas nuestras virtudes y perfecciones humanas, y nunca las deja entrever, si no es obligada por la caridad, la cual, siendo, como es, una virtud no humana, sino celestial, no moral, sino divina, es el verdadero sol de todas las virtudes, sobre las cuales siempre ha de dominar, por lo que la humildad que daña a la caridad es indudablemente falsa.
Introducción a la vida devota