Consideremos ahora la humildad que hubo en la humanidad de Cristo por obra de la gracia y de los dones divinos. Su alma con todas sus potencias se inclinaba con respeto y reverencia delante del altísimo poder del Padre. Un corazón inclinado es un corazón humilde. Hizo todas sus obras para honra y alabanza de su Padre y no buscó su propia gloria en cosa alguna según su humanidad. Era humilde y sumiso a la ley antigua, a los mandamientos y costumbres, siempre que fueren conforme al plan de Dios. Por eso fue circuncidado, le llevaron al templo y rescataron según la costumbre. Pagó tributo al César igual que los demás judíos. Fue humilde y obediente a su Madre y a S. José. Con sincera deferencia siempre que le necesitaron. Escogió a pobres y menospreciados para hacer de ellos su compañía, caminar con ellos y convertir el mundo: los apóstoles.
Fue humilde y modesto en medio de ellos. Asimismo con los demás en cualquier necesidad que tuviesen, interior y exterior, como si El se hubiese hecho servidor de todo el mundo. Este es el primer punto de la humildad que había en Jesucristo, nuestro Esposo.