Así como el gusto de la carne hace perder el gusto y fuerzas del espíritu, así gustado el espíritu es desabrida toda la carne. Y algunas veces es tanta la dulcedumbre que el ánima gusta siendo visitada de Dios, que la carne no la puede sufrir, y queda tan flaca y caída como lo pudiera estar habiendo pasado por ella alguna larga enfermedad corporal. Aunque acaece otras veces, con la fortificación que el espíritu siente, ser ayudada la carne y cobrar nuevas fuerzas, experimentando en este destierro algo de lo que en el cielo ha de pasar, cuando de estar el ánima bienaventurada en su Dios y llena de indecibles deleites, resulte en el cuerpo fortaleza y deleite, con otros preciosísimos dotes que el Señor ha de dar. (Juan De Ávila, Audi filia)