Por la esperanza tendemos al fin supremo de la vida, a la felicidad sobrenatural del cielo, que es participación de la felicidad misma de Dios; o para expresarlo mejor, por la esperanza tendemos a Él no con la incertidumbre y vaivén de las esperanzas humanas, sino con la seguridad inquebrantable de quien se apoya en la fuerza amorosa de Dios. Nuestra esperanza está en la patria, porque es la eterna y plena posesión de Dios, porque tenemos la divina promesa que no engaña, porque primero pasarán los cielos y la tierra que la palabra de Dios; y si con la esperanza llevamos en el alma la caridad, tenemos más que la promesa, pues poseemos en sustancia alguien que poseeremos plenamente en el cielo, y el Espíritu Santo, nuestro Huésped, nuestro Don, es la prenda de nuestra herencia, como lo dice San Pablo: “Estáis señalados con el Espíritu Santo de la promesa que es la prenda de nuestra herencia” (El Espíritu Santo)