La presencia de la divinidad, tanto en el cuerpo como en la sangre de Cristo, está garantizada por la unión indisoluble que se realiza entre el Verbo, y la humanidad de la encarnación.
La presencia de la divinidad, tanto en el cuerpo como en la sangre de Cristo, está garantizada por la unión indisoluble que se realiza entre el Verbo, y la humanidad de la encarnación.