Al presente, la carne extiende sus sombras. La niebla y corrupción -sus efectos- no dejan recibir la herencia inmortal, que hacía desear a San Pablo la disolución del cuerpo para unirse a Cristo: «Deseo morir para estar con Cristo, que es mucho mejor». A quienes sorprenda la muerte sin poseer las potencias y sentidos que aquella nueva Vida reclama, la presente no les será de utilidad alguna; en aquel mundo feliz e inmortal vivirán muertos y desventurados. Cierto que brilla la Luz, y el Sol derrama puros sus rayos, pero no es hora de que entonces se forme el ojo que los contemple. Y el olor.
La vida en Cristo, libro I