Jesús se complace en nuestras almas

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«Oye, Hija, y ve, e inclina tu oreja, y olvida tu pueblo, y la casa de tu padre, y codiciará el Rey tu hermosura.» (Ps. 44, 11.) Estas palabras, devota Esposa de Jesucristo, dice el Santo Profeta y Rey David —o por mejor decir, Dios en él— a la Iglesia cristiana católica, amonestándole lo que debe hacer para que el gran Rey Jesucristo la ame, de lo cual a ella se le siguen todos los bienes. Y porque vuestra ánima es una de las de esta Iglesia—por la gran misericordia de Dios— parecióme declarároslas, invocando primero el favor del Espíritu Santo, para que rija mi pluma y apareje vuestro corazón, para que ni yo hable mal, ni vos oigáis sin fruto; mas lo uno y lo otro sea a perpetua honra de Dios y a complacimiento y agrado de su santa voluntad. Lo primero que nos es amonestado en estas palabras es que oigamos; y no sin causa, porque como el principio de la vida espiritual sea la fe, y ésta entre en el ánima, como dice San Pablo (Rom., 10. 17), mediante el oír, razón es que seamos amonestados primero de lo que primero nos conviene hacer. Porque muy poco aprovecha que suene la voz de la verdad divina en lo de fuera, si no hay orejas que la quieran oír en lo de dentro. (Juan De Ávila, Audi filia)