Imitemos la inmensidad del amor de Jesús

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Imitemos la inmensidad del amor del mismo Jesús, modelo supremo de amor hacia la Iglesia. Indudablemente que la Esposa de Cristo, la Iglesia, es única; y sin embargo el amor del Esposo divino se extiende tan ampliamente que, sin excluir a nadie, abarca en su Esposa a todo el género humano. Si nuestro Salvador ha derramado su sangre, es con el fin de reconciliar con Dios, en la cruz, a todos los hombres, incluso aunque estén separados por la nación o la sangre, y reunirlos en un solo Cuerpo. El verdadero amor de la Iglesia exige, pues, no solamente que unos sean miembros de los otros en el mismo Cuerpo, llenos de mutua solicitud, sino que exige también que en los demás hombres todavía no unidos a nosotros en el Cuerpo de la Iglesia sepamos reconocer en ellos a hermanos de Cristo según la carne, llamados igual que nosotros a la misma salvación eterna.

Celebremos con san Pablo, el apóstol de las naciones, lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo del amor de Cristo; amor que la diversidad de pueblos o de costumbres no puede romper, que la inmensidad que se extiende en el océano no puede disminuir, que, en fin, las guerras, hechas por una causa justa o injusta, no pueden disgregar.