Si puedes hablar al Señor en la oración, háblale, ofrécele tu alabanza; si no puedes hablar por ser inculta, no te disgustes; detente en la habitación como los servidores en la corte, y hazle reverencia. El te verá, le gustará tu presencia, favorecerá tu silencio y en otro momento encontrarás consuelo cuando él te tome de la mano.