Huir de toda tentación a cualquier costo

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Como decía, para evitar caer en pecado hemos de arrojar no sólo la túnica o la camisa o cualquier otro vestido del cuerpo, sino hasta el mismo cuerpo, que es el vestido del alma. Si al pecar pretendemos salvar el cuerpo, en realidad, lo perdemos, y con él perdemos también el alma. Por el contrario, si soportamos con paciencia y por amor de Dios la pérdida del cuerpo, nos ocurrirá entonces lo que ocurre con la serpiente: que muda su vieja piel (llamada, me parece, senecta) a fuerza de frotar y restregar entre zarzas y abrojos, y, abandonándola en los matorrales, aparece de nuevo rejuvenecida y resplandeciente. Si seguimos el consejo de Cristo y nos hacemos astutos y prudentes como las serpientes, dejaremos nuestros cuerpos envejecidos sobre la tierra, desgastados entre las espinas de la tribulación padecida por amor, y seremos llevados al cielo, los cuerpos relucientes y en plena juventud, para jamás sentir los efectos de la vejez.

La agonía de Cristo