En la persona del Redentor se obró este prodigio, que se consumó en la Cruz. Dios se hizo hombre, y vino a sufrir en su carne humana las pruebas de la vida y los tormentos de la muerte, santificando las unas y los otros y dando a ambos, con la infinita virtud de la divinidad, un valor infinito de expiación y de reparación. Tomó sobre sí nuestras dolencias y cargó con nuestras penalidades. Por causa de nuestras iniquidades fue Él llagado, y despedazado por nuestras maldades; fue castigado para darnos la paz y herido para devolvernos la salud. Por su cruz ha dado a la pena su verdadero valor expiador y su poder reparador. (José Tissot, La vida interior)