El temor de Dios es también un don de Dios

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En fin, el mismo temor de Dios, por cuyo medio nos mantenemos con tesón en su servicio, nos lo infunde también el Señor. El profeta Jeremías lo atestigua claramente cuando nos dice en persona del mismo Dios: «Yo les daré un solo corazón, un solo camino, para que siempre me teman y siempre les vaya bien a ellos y a sus hijos después de ellos; y haré con ellos una alianza eterna de no dejarles nunca de hacerles bien y pondré mi temor en su corazón para que no se aparten de mí». Y Ezequiel habla así: «les daré otro corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo; quitaré de su cuerpo su corazón de piedra, y les daré un corazón de carne, para que sigan mis mandamientos y observen y practiquen mis leyes, y sean mi pueblo y sea yo su Dios».

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