El cristiano no puede permanecer indiferente a los problemas económicos y políticos que son síntomas de una enfermedad espiritual tan universalmente arraigada que amenaza la existencia misma de la humanidad.
El cristiano no puede permanecer indiferente a los problemas económicos y políticos que son síntomas de una enfermedad espiritual tan universalmente arraigada que amenaza la existencia misma de la humanidad.