En este mundo, es verdad, puedo buscar la satisfacción de mi engrandecimiento olvidando la gloria de Dios; pero es una satisfacción falsa y engañosa, pasajera e incompleta, impura y perturbada, y que viene a ser pronto cruelmente expiada. No concibo mi satisfacción verdadera, aun en este mundo, ni antes de la gloria de Dios ni sin ella; de la misma suerte que no concibo el salario sin el trabajo, la recompensa sin el mérito, el precio de una cosa sin la cosa misma. El salario depende del trabajo y es proporcionado a él, la recompensa lo es al mérito, el precio lo es a la cosa: éste es el orden. Así también mi satisfacción depende de la gloria de Dios y guarda esa misma proporción. Nuestro Señor dijo a sus Apóstoles: “Os he dicho estas cosas a fin de que mi gozo esté en vosotros y que vuestro gozo sea completo”. Estas cosas a que se refería era que permaneciesen en su amor por la observancia de sus mandamientos, esto es, que procurasen la gloria de Dios. Y a esto llama Jesús su gozo. Este gozo de Jesús, que es la gloria de Dios, debe estar en ellos para que su gozo, es decir, su satisfacción sea completa, plenamente verdadera. (José Tissot, La vida interior)