Dios se complace con las almas transformadas en Jesús

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Al Padre no le complace sino su Hijo, su Jesús: quiere mirarlo siempre en el cielo y en la tierra, quiere recibir sin cesar el cántico de sus alabanzas y el incienso de su amor y el perfume de su sacrificios, y no satisfecho con el Jesús de los Sagrarios, se complace en reproducirlo en las almas transfiguradas por la fecundación santificadora del Espíritu Santo. La Iglesia es un Tabor donde constantemente se realiza el misterio de la transfiguración de las almas. Jesús reaparece en sus santos, blanquísimo y brillante; la nube luminosa del Paráclito los envuelve y voz del Padre repite la frase divina: “ESTE ES MI HIJO MUY AMADO, EN QUIEN ME HE COMPLACIDO» (El Espíritu Santo)