La fe nos revela que Dios es incomprensible. Por lo tanto, cuando hayamos llegado a ver que Dios rebasa infinitamente todas nuestras ideas, por sublimes que nos parezcan, entonces será cuando habremos comenzado a entender algo de lo que es Dios. El concepto que de Dios tenemos, aunque analógico, nos manifiesta, con todo, algo de las perfeccumes y atributos divinos; en la oración de fe entiende el alma que la esencia divina, tal cual es en sí, en su simplicidad trascendental, está muy por encima de todo cuanto se puede figurar la inteligencia, aun ayudada de la Revelación [Santo Tomás, I, q.13, a.2, ad 3]. El alma prescinde de todo cuanto los sentidos, la imaginación y aun la misma inteligencia le representaban, para atender únicamente a lo que la fe le dicta sobre Dios. El alma ha progresado, ha pasado sucesivamente por la esfera de los sentidos y de la imaginación, del conocimiento intelectual y de los símbolos revelados; toca ya el velo del Santo de los Santos; sabe que Dios se le oculta tras ese velo como tras una nube; casi le toca, pero aun no le ve. En semejante estado de la oración de fe, el alma se acoge a Dios, con quien se siente unida, no obstante las tinieblas que sólo la luz beatífica será capaz de disipar; gusta, sin variar mucho de afectos, de Dios, a quien tiene la dicha de poseer. «Sentéme a la sombra de Aquel que deseaba, cuyo fruto es suavísimo a mi garganta» (Cant 2,3). Ha entrado ya en la oración de quietud, adonde se puede asegurar que llegan muchas almas cuando son fieles a la gracia.- Al irse haciendo a este género de oración y familiarizando con él, el alma encuentra en esa simple adhesión dc fe, en ese abrazo de amor, el valor la elevación interior, la libertad de corazón, la humildad y la entrega al beneplácito divino, que le son necesarios en el largo caminar hacia el santG monte, hacia la plenitud de Dios. «Una cosa son las muchas palabras y otra el afecto firme y constante» (Epíst., 130, c. 19), dice San Agustín.(La oración por Columba Marmión)