¿Podrá resistir esa alma con su piedad superficial, entregada del todo al gusto excesivamente natural de gastar su actividad y sus talentos en provecho de una causa excelente? Satanás está al acecho, olfateando ya su presa. Y en vez de dificultar esta satisfacción, la excita con todo su poder. Llega por fin un día en que advierte el peligro. El Ángel de la Guarda habla al corazón y la conciencia da sus aldabonazos. Urge recobrar el propio dominio, y para ello acudir a la calma de un retiro y tomar la resolución firme de sujetarse a un reglamento, para cumplirlo en todas sus partes, aunque ello exija el abandono de alguna de sus queridas ocupaciones. Desgraciadamente, es tarde, porque el alma ha saboreado ya el placer del triunfo como premio de sus esfuerzos y se contenta con decir: Mañana, mañana…; hoy es imposible; necesito mi tiempo para continuar esta serie de sermones, escribir este artículo, organizar este sindicato o esta sociedad de caridad, preparar esta representación, hacer este viaje, poner al corriente la correspondencia, etcétera, etc. ¡Qué alivio experimenta al tranquilizarse con estos pretextos! Porque el solo pensamiento de enfrentarse con su conciencia, se le hace insoportable. Ha llegado el momento en que Satanás puede, con toda garantía de éxito, trabajar en su obra de perdición en ese corazón convertido en cómplice suyo. El terreno está preparado para ello.