Cuerpo místico

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Nadie es una isla perdida en la soledad. Como cuerpo místico de Cristo constituimos una especie de singular «sistema de vasos comunicantes». Todos tus actos, los malos y los buenos, tienen una dimensión social, y hacen que el mal o el bien afecten «la presión sobrenatural desde dentro». Esta oración, vista a la luz de la fe, forma parte del «sistema de vasos comunicantes», y por consiguiente, nunca es una oración solitaria. Como miembro del cuerpo místico de Cristo, a través de la «oración de la fe», enriqueces o empobreces a la Iglesia. Esta es la dimensión eclesial de la oración, y en ese sentido establece tu responsabilidad por la Iglesia y por los demás. Y no se trata de un rezo mecánico de los padrenuestros, sino de una oración auténtica que, al ser una forma de realización de la fe, llega hasta el propio Dios; no requiere un destinatario concreto al que se ruegue que actúe como intercesor ante él. Basta con que en ti aumenten la fe, la esperanza y el amor; que vigorizan tu vida de oración y que hacen que la Iglesia y los demás puedan recibir también sus efectos benéficos y salvíficos. (Tadeuz Dajczer, Meditaciones sobre la fe).