Ante todo, piense cada cual lo que es en sí y luego, elevándose sobre sí mismo hasta Dios, podrá ver al invisible, conocer al incognoscible, sentir al que no se siente y comprehender al incomprensible. Porque ve, conoce, siente y comprehende a Dios, luz invisible, bien incomprensible y desconocido. Comprehendiendo, viendo, conociendo y sintiendo al mismo Dios, el alma, según su capacidad, se dilata por amor a él, se llena del mismo Dios, se deleita en Dios y Dios en ella y con ella. Entonces recibe y posee el alma mayor dulzura de aquello que no comprende que de lo que comprende, de lo que no ve que de lo visto, de lo que no siente que de lo sentido, de lo que no conoce que de lo conocido. Me parece muy razonable porque el alma, aunque sea perfecta y fuere perfectísima como la Santísima Virgen, nada comprende de Dios increado e infinito y ordenador de todas las cosas. Ve, entiende y conoce con relación a lo que ve, siente y conoce que no puede comprender, ni ver, ni sentir, ni conocer. Debe, pues, el alma pensar, ver, sentir y conocer de este y en este misterio, sacramento del Altísimo, quién es el increado que todo lo ordena.