Los consuelos Espirituales no son constantes en la vida sobrenatural; de ordinario, son intermitentes, así como en el orden exterior hay días espléndidos, iluminados por un sol radiante, y hay días nublados y tempestuosos; así acontece en la vida Espiritual, hay tiempos de gozar y tiempos de sufrir; tiempos de consuelo y tiempos de desolación. Y la razón de esta variedad no es que Dios sea limitado y estrecho en sus dones. Por parte de Él podríamos pasar por este destierro inundados de delicias, esperando la felicidad eterna; pero si sustrae muchas veces los consuelos a nuestra alma, es porque tenemos necesidad de penas y de desolaciones. Si los consuelos dilatan el corazón, si fortifican, si alientan, las desolaciones producen en nosotros frutos preciosos, y aun me atrevo a decir que las desolaciones son quizá más fecundas que los mismos consuelos; porque Dios ha puesto una eficacia divina en el dolor, porque las desolaciones, nos purifican, nos elevan, nos iluminan, preparan nuestra alma para la unión con Dios y producen frutos fecundísimos. Por eso Dios en su sabiduría y en su bondad va entretejiendo consuelos y desolaciones en nuestra vida; ya nos baña con sus consuelos, ya nos deja solos. Y así el consuelo como la desolación son gracias de su divina munificiencia, son pruebas de su amor; las dos cosas son utilísimas para nuestro aprovechamiento Espiritual. (El Espíritu Santo)