Considera cuán estrecha será la cuenta que a cada uno se pedirá en el juicio. Verdaderamente, dice Job (Job.3,3) no podrá ser el hombre justificado si se compara con Dios. Y si se quiere poner con Él en juicio, de mil cargos que le haga no le podrá responder a solo uno. Pues ¿qué sentirá entonces cada uno de los malos, cuando entre Dios con él en este examen, y allá dentro de su conciencia diga así?: Ven acá, hombre malo, ¿qué viste en mí, porque así me despreciaste y te pasaste al bando de mi enemigo? Yo te crié a mi imagen y semejanza. Yo te di la lumbre de la fe, y te hice cristiano, y te redimí con mi propia sangre. Por ti ayuné, caminé, velé, trabajé y sudé gotas de sangre. Por ti sufrí persecuciones, azotes, blasfemias, escarnios, bofetadas, deshonras, tormentos y cruz. Testigos son esta cruz y clavos que aquí parecen; testigos estas llagas de pies y manos, que en mi cuerpo quedaron; testigos el cielo y la tierra, delante de quien padecí. ¿Pues qué hiciste de esa ánima tuya, que yo con mi sangre hice mía; en cuyo servicio empleaste lo que yo compré tan caramente? ¡Oh, generación loca, adúltera! ¿por qué quisiste más servir a ese enemigo tuyo con trabajo, que a mí, tu Redentor y Criador, con alegría? Llaméos tantas veces, y no me respondisteis; toqué a vuestras puertas, y no despertasteis; extendí mis manos en la cruz, y no lo mirasteis; menospreciasteis mis consejos y todas mis promesas y amenazas; pues decid ahora vosotros, ángeles; juzgad vosotros, jueces, entre mí, y mi viña, ¿qué más debí yo hacer por ella de lo que hice? (Is.5) (Tratado de La Oracion Y Meditacion – Pedro de Alcantara)