Cuando estoy en la oración… ¿lo estoy alguna vez, Dios mío?…, las distracciones no cesan…, me asaltan…, me abruman…, continuamente mi espíritu vuelve a caer en ellas, y, a pesar de mis esfuerzos, no logro unirme íntimamente con Dios. Es que, en efecto, lo que pretendo es cosa contra naturaleza. El alma no cambia de hábitos con la misma facilidad que el cuerpo cambia de trajes: si no hubiera más dificultad que la que hay para cambiarse el traje de trabajo por el traje de los días de fiesta, la oración sería cosa fácil; pero felizmente no sucede esto en el alma: los hábitos son permanentes y el alma los lleva a todas partes consigo. Si yo tengo la costumbre de pensar en mí sin pensar en Dios; de pensar en mi trabajo, en mis asuntos y en todas las demás cosas y afanes de la vida sin acordarme de Dios, llevaré esta costumbre a la oración y el único remedio para no llevarla es cambiarla. (José Tissot, La vida interior)