El Cielo se alboroza al escuchar: Ave María

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Humilde, pues, y reverente, con devoción y confianza me acerco a ti, oh María, para ofrecerte rendidamente el saludo de Gabriel que traigo a flor de labios. 17. Te la presento con gozo, inclinando la cabeza por reverencia, y con las manos extendidas al impulso del intenso afecto de devoción. Pido e imploro que todos los espíritus celestes la repitan cien mil veces y muchas más aún por cuenta mía. En verdad no sabría qué cosa más digna y dulce pudiera presentar en este momento. Escucha ahora al piadoso enamorado de tu santo nombre. El cielo se alboroza, la tierra de llena de asombro cuando digo: Ave María.(Kempis – La Imitación de María)