Si quieres orar con el espíritu y el corazón unidos y no lo alcanzas, reza con los labios y fija tu espíritu en las palabras de la plegaria. Con el tiempo, el Señor te dará la «oración del corazón» y orarás con facilidad y sin distracción. Algunos, en el esfuerzo de la oración, habiendo forzado a la inteligencia a descender hasta su corazón, lo han estropeado hasta tal punto que han llegado a no poder ni tan sólo rezar con los labios. Pero tú conoces la ley de la vida espiritual: ¡os dones sólo se conceden al alma simple, humilde y obediente. Al que es obediente y comedido en todo – en comida, en palabras y en acciones – el Señor le dará la oración, y ésta se realizará con facilidad en su corazón.
La oración incesante procede del amor, pero se pierde por los juicios, las vanas palabras y la intemperancia. El que ama a Dios puede pensar en él día y noche, porque ninguna ocupación puede dificultarle el amar a Dios. Los apóstoles amaban al Señor sin que el mundo se lo impidiera y, sin embargo, se acordaban del mundo, oraban por él y se dedicaban a la predicación. Aunque se dijo a san Arsenio: «Huye de los hombres». Incluso en el desierto el Espíritu divino nos enseña a orar por los hombres y por el mundo entero.