Conociendo el Señor, como conoce, que tan grande bien sea para nosotros la necesidad de la oración, como se dijo en el anterior capítulo, permite que seamos asaltados de muchos y terribles enemigos para que acudamos a El y le pidamos la ayuda que El mismo nos prometió y bondadosamente nos ofrece. Si halla mucha complacencia en ver cómo recurrimos a El, no es menor su pena y pesadumbre cuando nos halla perezosos en la oración. Lo mismo que un rey tendría por traidor al capitán que se hallara situado en una plaza y no pidiera fuerzas de socorro, de la misma manera, dice San Buenaventura tiene el Señor por traidor a aquel que al verse sitiado de tentaciones no acude a El en demanda de socorro, pues deseando está y esperando que se le pida para volar en su auxilio. Lo asegura el profeta Isaías: Díjole al rey Acaz de parte de Dios que pidiera el milagro que quisiera al Señor su Dios. Contestó el impío rey: Nada pediré… no quiero tentar al Señor. Esto dijo, porque confiaba en sus ejércitos y para nada quería el apoyo del auxilio divino. Duramente se lo echó en cara el profeta con estas palabras. Oye, oh rey de la casa de David, ¿acaso te parece poco el hacer agravio a los hombres, que osáis hacerlo también a mi Dios? Con lo cual quiso significar que ofende e injuria al Señor aquel que deja de pedirle las gracias que El bondadosamente le ofrece.(El gran medio de la oración – San Alfonso Maria de Ligorio)