Conversando con un amigo me dijo con toda franqueza: No estoy convencido de la utilidad de la meditación diaria; por eso no la hago. Le pregunté: ¿Te parece que hagamos juntos una lista de los motivos por los cuales te convendría hacerla? Entre los dos fuimos poniendo las razones (aparecen en la lista de abajo). El recurso tuvo buen resultado; mi amigo hoy se esfuerza por hacer todos los días su meditación.
Mejorar nuestra comunicación con Dios: un gran propósito
Seguramente el 1 de enero hiciste tus propósitos para el año nuevo. Entre las resoluciones más comunes suelen estar el hacer ejercicio y bajar de peso. Probablemente algunos hicieron también el propósito de mejorar su comunicación con Dios a través de la meditación u oración personal diaria. Si no, tal vez quieran considerarlo.
Si aún no haces meditación, podrás comenzar con 10 minutos diarios. Si ya tienes el hábito de la oración personal diaria, podrías dar un paso adelante este año, concretando con tu director espiritual en qué va a consistir.
Te será muy provechoso si te preguntas antes a ti mismo: ¿por qué estoy tomando la resolución de mejorar mi comunicación con Dios a través de la oración personal diaria? ¿Por qué me parece importante? ¿Qué es lo que está en juego si la hago o si dejo de hacerla? Pónle palabras, conceptualiza los motivos.
Cada uno tiene los suyos. Por ejemplo:
– Porque quiero alcanzar la paz interior.
– Porque quiero ser feliz en esta vida y en la eterna.
– Porque quiero ser una persona profunda.
– Porque Jesucristo me enseñó con su palabra y con su ejemplo que debía orar, y yo quiero seguir sus consejos y ser como Él.
– Porque conozco mis limitaciones y miserias y necesito vigilar y orar para no caer en tentación.
– Porque soy débil y quiero tener fuerza espiritual para afrontar el sufrimiento y los retos de la vida.
– Porque amo a Dios y quiero ser mejor hijo suyo, mejor amigo de Jesús.
– Porque quiero conocer la voluntad de Dios para mí y confío en que me revelará su voluntad en la oración.
– Porque quiero consolar al Corazón de Jesús.
– Porque siento que Jesucristo me lo está pidiendo.
– Porque amo a la Virgen María y quiero estar a su lado y aprender de Ella.
– Porque quiero ser un buen apóstol, que vive lo que predica. Más testigo que maestro.
– Porque quiero conservar y aumentar mi vida de gracia.
– Porque…
¿Cuáles son tus razones?
Escríbelas y luego repásalas de cuando en cuando para mantener la motivación alta, la visión clara y la dirección correcta.
Parecerá que este recurso es sólo o principalmente para los que apenas se están iniciando en la vida de oración. Pero diría que es particularmente útil para quienes tenemos ya el hábito de hacer media hora, una hora o más de oración personal diaria. Pienso en los sacerdotes, almas consagradas o laicos comprometidos.
«Tengo en contra tuya que has perdido el amor primero» (Apocalipsis 2,4) Puede sucedernos que perdamos la frescura en el amor, que caigamos en la rutina o incluso en el abandono de la vida de oración.
Recordar nuestros motivos y decírselos cada día a Jesucristo, es algo no sólo conveniente, sino necesario, más en el caso de un alma consagrada a Dios.
¿No sabes cómo comenzar tu oración diaria?
Creo que a Jesucristo le gustará y a nosotros nos servirá que todos los días, al comenzar la oración,le digamos algo así, cada uno con sus propias palabras:
«Señor, estoy aquí porque te quiero.
Y porque te amo, quiero estar a tu lado durante este rato que tengo reservado sólo para ti.
Tú dijiste que «sólo una cosa era necesaria» (Lc 10,42) en la vida, refiriéndote a la oración.
Y me lo demostraste con tu ejemplo.
Quiero ser un hombre de oración, como Tú.
Tú me conoces, soy débil, tengo muchas miserias y limitaciones, necesito tu ayuda.
Vengo a este encuentro contigo para que me des un corazón que escucha (cf Sam 3,9-10).
Dime qué quieres de mí. Dame fuerzas para hacer siempre tu voluntad. Acompáñame en mi camino.
Quiero llenarme de ti para luego dar testimonio de tu amor.
Quiero cumplir mi misión y llegar al cielo.
Quiero consolarte, reparar por mis pecados y los de mi prójimo.
Recíbeme, permíteme permanecer este rato a tu lado,
como Juan recostado en tu pecho,
como la samaritana sedienta junto al pozo
o como María sentada en silencio a tus pies.»
Autor, P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)
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