«Venid y veréis», un llamado del silencio
Hemos reflexionado sobre la necesidad de hacer silencio externo e interno y de dejar a Dios hacer silencio en nosotros. En este artículo profundizaremos en la vivencia del silencio específicamente en la vida de consagración.
El seguimiento de Cristo que toda persona consagrada ha profesado implica la vivencia de la virtud del silencio. Cuando decidimos seguir a Jesús tuvimos que silenciar muchas cosas de nuestra vida: proyectos, planes, gustos, estudios, familia, afectos, ilusiones. Todas estas cosas, buenas en sí, hacían mucho ruido en nuestra interior durante el período que duró el discernimiento vocacional. Debemos reconocer que la respuesta vocacional es, en gran medida, un ejercicio de silencio.
Llama la atención que cuando somos invitados al seguimiento de Cristo, no se nos dice “habla y actúa”, sino “ven y verás”. No se nos pregunta qué somos capaces de dar a Dios sino que se nos presenta lo que Dios quiere regalarnos. Se nos pide guardar silencio para conocer a Cristo, descubrir su amor y, entonces, seguirle con fidelidad.
Tomada la decisión, el seguimiento de Cristo nos presenta la vivencia de los tres consejos evangélicos que implican tres modos de hacer silencio en la propia vida.
Los consejos evangélicos: formas de vivir el silencio
Pobreza y silencio
Superficialmente parecería que el voto de pobreza implica y exige la renuncia de las cosas materiales. Pero la renuncia en sí misma no es virtud. La pobreza empieza a ser virtud en la medida que silenciamos en nuestro corazón las criaturas a las que hemos renunciado.
En efecto, el consagrado, tras haber entregado todo, habla al Señor y, por medio del superior, pide permiso para usar las cosas. Al mismo tiempo que habla, el buen religioso hace silencio en su corazón para acoger lo que Dios le ofrezca, según indique su superior. Esto es lo mínimo que se le pide a quien ha aceptado seguir a Cristo en pobreza: usar de las cosas con permiso de su legítimo superior. Pero la perfección y santidad no conoce mínimos. Apenas ha iniciado la labor del silencio en la pobreza.
En ocasiones, la autoridad deja libertad al religioso para que escoja entre dos bienes materiales. En esta ocasión, el voto no exige renuncia concreta a un bien determinado. ¿Cómo vivir la virtud de la pobreza en esta circunstancia? Haciendo silencio de los propios gustos. En efecto, la persona consagrada será más pobre, en la medida que, haciendo silencio de sus propios deseos y gustos, sepa escoger lo menos vistoso, lo más pobre, lo más sencillo.
El corazón consagrado que se deja guiar por la virtud de la pobreza se sentirá impelido a silenciar lo más posible sus permisos. Su criterio no será “todo se puede con permiso del superior”. Por el contrario, antes de pedir el permiso, silenciará en su interior tantas cosas convenientes o posibles de usar para pedir exclusivamente aquellas en verdad necesarias. ¡Cuánto silencio se requiere para vivir con este grado la pobreza!
Pero hay un paso más: vivir confiados y con alegría la situación personal que Dios permite, sin pretender más de lo que Él nos da. Es el silencio de la pobreza expresada por Cristo en sus palabras: “no andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir” o “¿quién puede añadir un instante al tiempo de su vida?”. O aquellas otras: “Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir”. No es otra cosa que, añadir a la renuncia, el silencio de la salud, de las necesidades propias, de la misma vida, de la angustia por lo que harán, dirán o pensarán de uno.
(continúa en el próximo artículo)
Autor: P. Juan Carlos Ortega, L.C.
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