Santa Matilde Hackeborn: el ruiseñor que le cantaba a Dios en la Liturgia

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Santa Matilde Hackeborn: el ruiseñor que le cantaba a Dios en la Liturgia

 Vida

Santa Matilde de Hackeborn (1241-1299) nació en el castillo de Helfta, en la alta Sajonia, Alemania, en el seno de una noble y poderosa familia de terratenientes. A pesar del linaje de su familia (Hackenborn) una de las más nobles, ricas y potentes de Turingia, emparentada con el emperador Federico II, Santa Matilde se crio en un ambiente en que lo religioso se respiraba con naturalidad.

A la edad de siete años, Santa Matilde ingresó como educanda al monasterio benedictino de Rodersdorf. No obstante, en una visita en que acompañó a su madre para ver a su hermana, se impresionó tan favorablemente del monasterio que eligió entonces la vida religiosa para siempre.

Con diecinueve años de edad, Santa Matilde fue elegida como directora de la escuela del convento, cargo que ejerció con gusto. Sin embargo, lo que realmente le gustaba era su labor al frente del coro, donde fue maestra de canto y primera cantante. De hecho, se le llegó a conocer como «el ruiseñor de Dios».

A causa de una enfermedad cuando cumplió los cincuenta años, Santa Matilde estuvo a punto de morir. De hecho, soportó continuos e intensos sufrimientos, a los que sumaba las durísimas penitencias elegidas por la conversión de los pecadores.

Las experiencias que la maravilla de la gracia divina le había concedido las había compilado en escritos sueltos, y éstos dieron lugar al Liber Specialis Gratiae, el Libro de la gracia especial, una de las obras más célebres y más hermosas de la literatura mística de la Edad Media.

Falleció tranquilamente a la edad de 59 en su convento en el corazón de Alemania, pero la fama de su vida y de su Libro de la gracia especial se propagaron rápidamente. Tanto así, que incluso Dante Alighieri la coloca en su Divina Comedia, en el canto 28 del purgatorio, donde una virgen pura y santa, con voz angélica, suave y melodiosa, le sirve de guía por un espacio de tiempo.

Aportación para la oración

La oración y la contemplación fueron el sentido vital de la existencia de esta santa. De modo particular, la oración en la Liturgia, que ella celebraba con particular entusiasmo. Bebía cada signo de la misa, cada obra de arte, cada canción. Todo le elevaba a Dios.

Hace poco, en una conversación con un amigo, hablábamos de la misa dominical. En un momento dado me dijo: «la semana de las olimpiadas de Londres, me interesaba ver un evento que coincidía con mi hora de misa. Por ese motivo me levanté más temprano ese domingo y así quedé libre para verlo».

Aclaración: no es que esté mal lo que mi amigo hizo. De hecho, es loable que haya querido cumplir con Dios al ir a misa ese domingo… ¡son tantos los que tristemente no lo hacen! Pero la actitud de fondo era, y pido disculpas a mi interlocutor, muy pobre: “quedaba libre” de Dios para hacer lo que quería.

¡Qué distinta una misa vivida por compromiso a una que se vive queriendo participar de modo íntegro! Porque la Liturgia es, justamente, un encuentro con un Dios que está anhelando hablar con nosotros, llenarnos con su amor, encendernos con su sabiduría.

Por eso, más que “ir a misa”, participar en la liturgia… toda nuestra vida tiene que ser un verdadero acto litúrgico. Aquello que se realiza en la liturgia, no debe permanecer encerrado en los muros del templo, sino que debe prolongarse a lo largo de toda nuestra existencia. Debemos ser los protagonistas de la acción de Dios en el mundo, junto con Cristo.

Para terminar, y volviendo a Santa Matilde, el Papa Benedico XVI, en la audiencia dedicada a la figura de esta santa (29 de septiembre de 20120), resume así la aportación que este bello ruiseñor dio al campo de la oración:

«La oración personal y litúrgica, especialmente la liturgia de las Horas y la Santa Misa, son el fundamento de la experiencia espiritual de santa Matilde de Hackeborn. Dejándose guiar por la Sagrada Escritura y alimentada con el Pan eucarístico, recorrió un camino de íntima unión con el Señor, siempre en plena fidelidad a la Iglesia. Esta es también para nosotros una fuerte invitación a intensificar nuestra amistad con el Señor, sobre todo a través de la oración diaria y la participación atenta, fiel y activa en la santa misa. La liturgia es una gran escuela de espiritualidad».


Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C.

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