Vida
El siglo IV está repleto de grandes figuras de la historia de la Iglesia. En los artículos anteriores repasamos figuras prominentes del Oriente cristiano. A partir de ahora, daremos un vistazo a Occidente, en donde aparecerán nombres como San Ambrosio, San Agustín o San Atanasio. Hoy nos detendremos en un personaje peculiar, que causó entusiasmo y polémica a la vez: San Jerónimo.
Nació en Estridón (Dalmacia) hacia el año 347. Estudió en Roma y ahí se bautizó. De gran capacidad intelectual, puede decirse que tuvo un “espíritu enciclopédico”: filósofo, retórico, matemático y dialéctico; era capaz de hablar y escribir fluidamente en latín, griego y hebreo. Entre sus muchos logros literarios basta recordar la traducción al latín del Antiguo y el Nuevo Testamento que llegó a ser, con el título de la Vulgata, la Biblia oficial del cristianismo.
Jerónimo poseía una personalidad fortísima. En Roma le vemos fustigando los vicios y las hipocresías, al mismo tiempo que crea nuevas formas de vida religiosa (atrayendo a mujeres ricas de Roma que viven en oración y penitencia). En el 385, se desterró voluntariamente a Belén (después de sufrir ataques y calumnias en Roma por sus predicaciones), a donde se retiró buscando paz interior y soledad. Desde ahí, los rugidos de este “león del desierto” se hacían oír y no tenían límites, llegando tanto a Oriente como a Occidente. Tuvo palabras duras para santos como Ambrosio, Basilio e incluso para su amigo Agustín, que tuvo que pasar varios tragos amargos (así lo demuestran la correspondencia entre estos dos doctores de la Iglesia).
Pero este polemista sabía moderar su carácter y suavizar sus intemperancias cuando pasaba a ser director de almas. Gustaba de visitar a las mujeres de vida ascética que vivían cerca de su retiro: las escuchaba y contestaba sus preguntas. Fueron ellas quienes filtraron sus explosiones menos oportunas y, en retribución, él les pagaba con el apoyo y el alimento de una cultura espiritual y bíblica. Esto demuestra que Jerónimo era consciente de sus limitaciones y de sus propias faltas; así lo expresa también en sus escritos.
Después de cinco lustros dedicados a la oración, la penitencia y el estudio de la Biblia, murió el 30 de septiembre del 420, cuando tenía 72 años.
Aportación para la oración
Son dos los aportes esenciales de este gran santo: la búsqueda de lo perfecto y la lectura y contemplación de las Sagradas Escrituras.
a. Su rechazo natural a la mediocridad era evidente
Le atraían las “virtudes fuertes”, como él las llamaba, y era radical cuando se trataba de advertir a los demás su debilidad de alma: «¿De qué te sirve invocar con la voz a quien niegas con las obras?», solía repetir. Un reclamo que, si bien en ocasiones vehemente, alentaba a todos a la coherencia de vida, especialmente porque él mismo lo vivía en carne propia.
b. El estudio de las Sagradas Escrituras fue la pasión de Jerónimo
Casi podemos decir que se dedicó exclusivamente a esta labor. Por ello, recomendaba a los monjes llevar siempre en las manos la Biblia y aprenderse de memoria los Salmos, para orar mejor. Veía también este estudio como un remedio para los vicios, pues «quien ama apasionadamente la ciencia de las Escrituras, no amará los vicios de la carne». Pero no era un estudio meramente intelectual: el monje debe encontrarse con Dios ahí, en cada línea, pues «el desconocimiento de las Escrituras es el desconocimiento de Cristo».
Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C.
El contenido de este artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet siempre y cuando se cite su autor y fuente originales: www.la-oracion.com y no se haga con fines de lucro.