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Quien a Dios tiene nada le falta

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Quien a Dios tiene nada le falta

Es éste el penúltimo verso de la famosa oración-poesía de Santa Teresa que comienza por las palabras «Nada te turbe». Este verso nos da, en su sencillez, claves importantes para la vida de oración y la vida espiritual. Comencemos por el «nada le falta». No faltar nada en la vida es tener todo aquello lo necesario para ser feliz, para realizar la propia vocación y misión, para vivir en plenitud. Pero en relación a la sensación de plenitud, la experiencia humana está llena de paradojas. Muchas personas a las que no le faltaría nada en apariencia para poder ser felices porque tienen todo lo que humanamente parecería necesario para ser felices (dinero, poder, placeres, etc.), cuando se excava un poco dentro de ellas, aparecen como vacías, insulsas, llenas de angustias y de inquietudes. Todas sus «posesiones» del tipo que sean parecen vaciarlas.

¿Qué es lo que necesitamos para ser felices?

En lugar de la plenitud que se esperaría, con frecuencia encontramos desazón, inquietud, vacío, aburrimiento, incluso desesperación. Por ello nos viene espontánea la pregunta como seres humanos: «¿Qué es lo que necesitamos para ser felices? ¿Qué es lo que anhela nuestro corazón? ¿Qué es lo que realmente nos hace falta?». No es fácil dar una respuesta, pero lo que sí sabemos es que sí, necesitamos cosas materiales, pero podemos tener todo y ser infelices. Necesitamos cierto aprecio de los demás, pero esto tampoco es suficiente. Necesitamos el amor de las creaturas. Pero las creaturas solas no llenan un corazón que es infinito en su capacidad.

Aquí tuvo una gran intuición San Agustín, cuando al comienzo de su famoso libro Las Confesiones esculpió de modo lapidario esta expresión: «Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti». Nuestro corazón adquiere medida de lo infinito. Lo que es finito no le satisface por completo. Sí, le llena, lo entretiene, pero no lo satisface totalmente porque su fondo profundo va mucho más allá de él mismo: «El hombre supera infinitamente al hombre» (Pascal).

Sólo en Dios podemos descansar. Por eso quien «tiene» a Dios, tiene todo. Quien no tiene a Dios, aun teniendo todo, carece de todo. En el fondo quien no tiene a Dios es un pobre hombre o mujer aunque tenga muchas riquezas materiales. Y de nuevo nos surge otra pregunta: «¿Cómo es posible «tener» a Dios?» A Dios no se le puede «poseer» porque Él nos supera. Esto es cierto. Pero Él en su bondad ha querido hacerse pequeño, hacerse a nuestra medida, hacerse uno de nosotros, abajarse hasta nuestra nada. En realidad poseer a Dios es más bien ser poseído por Él, ser elevado por Él hasta sus alturas. Para que lo «poseamos», Él viene hasta mí hecho uno como yo para que yo pueda en cierto sentido mirarle a los ojos y descubrir su belleza sin par.

En la oración, de modo simple pero admirable, saciamos nuestra sed de Amor, nuestra sed de infinito, nuestra sed de Dios. Sólo en la oración se aplaca ese deseo de plenitud radical que viene de Dios y que va hacia Dios. Sólo ahí encontramos «lo que nos falta», o mejor dicho, «Aquel a quien nuestro corazón anhela». Cuando una persona querida se aleja de nosotros, le escribimos diciendo: «te echo de menos». Alejados de Dios, nuestro corazón lo echa de menos, a Él que, sólo, puede satisfacer los deseos íntimos de ser amado y de amar. En la oración ese «echar de menos» la presencia del Amado desaparece –en la medida en que esto es posible en esta vida-, porque Él está ahí, cercano a nosotros, hablándonos en la intimidad de corazón a Corazón, llenando de Amor las alforjas vacías, pobres y deshilachadas de nuestra existencia terrena.


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