Pregunta: Estimado Padre John, en la Misa, después de rezar el Padre Nuestro, nos damos el saludo de la paz. Me he puesto a reflexionar sobre ese momento y su significado en el culto. Desafortunadamente, muy a menudo voy a Misa con las preocupaciones del día girando sobre mí, y esa pequeña tormenta de arena toma un tiempo para asentarse. Y puede ser que no se haya calmado completamente cuando doy la paz de Cristo a las personas que se encuentran a mi lado.
Me pregunto, ¿cómo es posible que pueda estar transmitiendo a alguien algo que no tengo? Momentos después, pedimos al Cordero de Dios que nos dé su paz. No sólo no la tenía antes, ahora le ruego a Dios que me la comparta. Supongo que mi pregunta es impertinente: ¿por qué nos damos la paz de Cristo y luego se la pedimos en la siguiente oración?
Respuesta: Gracias por tu sinceridad pues muchas veces pretendemos ignorar este tipo de preguntas. Amar a Dios con toda nuestra mente implica buscar cada día una mayor comunión con Él, y eso incluye una mayor comprensión de sus inagotables misterios. Por lo tanto, nos has dado un buen ejemplo al plantear la pregunta para aclarar un punto que te causa un poco de confusión.
La riqueza de la Liturgia
Podemos contestar esta pregunta desde dos puntos de vista. El primero será estrictamente desde la Liturgia. En ritos que difieren del Rito romano ordinario de la Misa, el darse la paz puede suceder en otros momentos. Buenas razones teologales abundan para ello, de acuerdo a varias tradiciones. Pero como creo que ése no es el núcleo de tu pregunta, simplemente vamos a aceptar la realidad del Rito Romano ordinario y reflexionar sobre el enigma espiritual que nos has trazado. Al final, la riqueza de la Liturgia supera la capacidad de cualquier persona de tener todo en la mente durante la celebración de la Misa. Lo que importa es que aprendamos a vivir conscientemente cada momento de la Misa, y encontremos maneras de unirnos con el significado de la Liturgia a través de la oración y la participación atenta. Ciertamente, mientras más aprendamos sobre el significado teológico de cada aspecto del ritual, más posibilidades tendremos de participar más conscientemente. Sin embargo, también es posible tener un vasto conocimiento y una fe débil, en cuyo caso la participación activa será difícil. Así que vamos a responder tu pregunta.
Terminología ambigua
Creo que te estás enredando con el término «dar la paz». La frase parece implicar que yo le paso la paz a la persona que está junto a mí, de la misma manera que yo le pasaría la sal a alguien que esté sentado a mi lado en la mesa. Es entendible pensar de esa forma, debido a las palabras que usamos, pero algo más está sucediendo realmente.
En el momento de dar la paz, no estamos tratando de dar la paz divina a los que están a nuestro alrededor, sino que expresamos nuestro sincero deseo de que Dios les dé ese regalo. Al decir «la paz sea contigo» estamos, en esencia, ofreciendo una oración por las personas que están a nuestro alrededor. Es muy similar a decir algo como, «Que Dios te bendiga». Obviamente, cuando decimos eso, no estamos pretendiendo que poseemos la capacidad de impartir bendiciones divinas por nuestras propias fuerzas, simplemente estamos deseando, con devoción, que la bendición de Dios venga a esa persona.
Contexto adecuado
Este elemento de la Misa se comprende mejor cuando consideramos su contexto. El intercambio de la paz se lleva a cabo en el contexto de la preparación para acercarnos al altar, ofrecernos a Dios y recibir la Sagrada Comunión. En el Evangelio de san Mateo, Jesús nos hace una fuerte advertencia acerca de este momento de adoración:
«Sí pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda» (Mateo 5:23-24).
Ésta es una aplicación de la advertencia de Jesús, de que el segundo gran mandamiento (amar a tu prójimo como a ti mismo) se vincula directamente al primer gran mandamiento (amar a Dios con todo tu corazón, alma, mente y fuerzas). San Juan Evangelista hizo esta conexión muy clara en su Primera Carta:
«Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso ; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Juan 4:20).
Por lo tanto, no debemos acercarnos al altar si no estamos viviendo la caridad elemental con nuestro prójimo. Si traemos algo en contra o rehusamos reconciliarnos con alguna persona, es como si estuviéramos haciendo lo mismo con Dios, creador y redentor de esa persona. Sería por tanto una contradicción acercarnos a recibir la Sagrada Comunión, lo cual es una expresión de nuestro deseo de unirnos con Dios y un medio para lograr esa unión, mientras que al mismo tiempo nos negamos a trabajar por la reconciliación y la unión con el prójimo.
A través del rito de intercambiar la paz de Cristo, damos una expresión concreta de nuestro sincero deseo de amar al prójimo. ¿Cómo podemos odiar al prójimo si le deseamos la paz divina? Entonces, este intercambio de paz se convierte en una hermosa expresión del amor sobrenatural por el otro, lo cual abre nuestros corazones para recibir más digna y fructuosamente la gracia de Dios. Es una preparación adecuada para acercarnos al altar y a la Sagrada Comunión.
Pero ¿por qué «paz»?
Es significativo que nosotros deseemos la paz de Cristo a los demás, y que la pidamos en lugar de su bendición o su gracia, por ejemplo.
En la tradición bíblica, la paz es un concepto muy rico. Implica mucho más que la simple ausencia de guerra y conflictos. Implica más que una simple sensación pasajero de satisfacción, relajación y orden. Implica la plenitud de la alegría y de la vida que sólo puede ser alcanzada y experimentada en un clima de justicia, orden, verdad, respeto y buena voluntad. Decir «paz» en el lenguaje bíblico es semejante a lo que podemos implicar actualmente por la frase «paz y prosperidad». Al desear esto para los que nos rodean y pidiendo a Jesús que nos lo dé a nosotros, estamos invocando nuestra esperanza y fe en Dios que es la fuente y sostén de todas las cosas buenas, materiales y espirituales.
La respuesta breve a tu pregunta es simplemente ésta: Al expresar nuestro deseo sincero de que aquellos que nos rodean puedan recibir la plenitud de las bendiciones de Dios, abrimos nuestros corazones para que estén en mejores condiciones de recibirlas nosotros también. Y al pedirle a Dios que nos las otorgue antes de que lleguemos al altar para recibir la Sagrada Comunión, humildemente admitimos nuestra necesidad absoluta de la gracia de Dios para poder experimentar la alegría que anhelamos.
Autor: P. John Bartunek, L.C.
El contenido de este artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet siempre y cuando se cite su autor y fuente originales: www.la-oracion.com y no se haga con fines de lucro.