La persona llega a hacer su encuentro con Dios partiendo de su propia intimidad: debemos ayudar a la voluntad a unirse a Dios (…); pero la voluntad, como es una facultad ciega y fría, tiene necesidad de ser iluminada. Este trabajo de iluminación y de impulso lo hace el intelecto. He aquí el encuentro con Dios, el coloquio con el Padre se ha establecido; es la oración mental.
En la oración vocal se nos proponen los afectos desde el exterior, contenidos en una fórmula; el alma los hace suyos y los dice a Dios repitiendo la fórmula con los labios. En la oración mental, en cambio, los afectos (…) se suscitan en lo íntimo del espíritu por la reflexión de la inteligencia sobre una verdad y por la voluntad que los presenta a Dios.
La oración vocal y mental tienen el mismo fin: el encuentro con Dios. Se diferencian únicamente en el camino que siguen para llegar allí.
¿Cuál es la esencia de la meditación?
“Meditar”, en la acepción espiritual del término, significa “orar”. Se trata por tanto de crear en nosotros un ambiente espiritual ardiente de fe, confianza y amor que nos una a Dios…; en esta unión tendremos nuestra perfección. “Meditar” es un ejercicio de la vida espiritual para encontrar al Padre, a través de la fe, en el amor.
La parte más importante de la oración mental no consistirá por tanto en la reflexión, sino más bien en encontrarnos como hijos con el Padre en la intimidad de afectos. Dios es caridad (1 Jn 4,8) y en la oración queremos encontrarlo en el amor.
Esta primera visión de la meditación nos dice claramente que consiste en un trabajo complejo donde entran la gracia y la naturaleza, el intelecto y la voluntad, todo el hombre, todo el cristiano.
La oración mental — con todo el cansancio y el esfuerzo que comporta — es medio de perfección insustituible. Sin un trabajo comprometido, fatigoso y constante en la meditación, no será posible un conocimiento espiritual de sí mismos y de Dios, un ejercicio sostenido de purificación del corazón y de docilidad al Espíritu Santo, principios fundamentales y esenciales para la santidad.
Meditar es orar
La meditación es verdaderamente oración, en primer lugar, por este costoso trabajo de nuestra inteligencia, por toda esta tensión, todo este esfuerzo de nuestra alma para penetrar en la verdad que alcanza a través de las oscuridades de la fe, para hacerlas propias, para asimilarlas, para empaparse internamente, para vaciarse del espíritu del mundo y llenarse del de Jesucristo
(…) Para hacer oración mental es necesario entrar en la propia habitación, cerrar la puerta (es decir: separación de las criaturas para dedicarse a una labor íntima personal) y orar al Padre que está en lo secreto (Mt 6,6). La meditación es esencialmente personal — no sólo porque es individual, como muchas invocaciones del Señor que refieren los Evangelios — sino porque se realiza en el aislamiento externo e interno del espíritu, como la oración de Jesús en el desierto, en la noche y sobre los montes. La meditación es por naturaleza anacorética y solitaria.
Extracto de La oración
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