Hay tormenta en Roma. En el alféizar de mi ventana tengo una concha y una piedra. La concha está abierta, la piedra cerrada. Al lado hay un canal por donde escurre el agua, va de paso. La concha acoge el agua, a la piedra le resbala, el canal recibe el agua pero la deja escapar.
Cuando alguien ama, espera que su amor encuentre acogida, como el agua en la concha. El rechazo del amor es cosa muy penosa. La hospitalidad es la cualidad de acoger con bondad al huésped por parte del anfitrión. Se aplica normalmente a las recepciones, fiestas, visitas, convenciones, hoteles… Pero la más hermosa, y también la más sincera, es la hospitalidad dictada por la amistad, por el amor, cuando la visita es anhelada y se ha preparado con cuidado, con tiempo, al detalle. Creo que todo ello también puede aplicarse a la relación con el Espíritu Santo, como huésped del alma.
Acogida al Espíritu
En mi vida sacerdotal he conocido a muchas personas y familias que se han convertido en amigos verdaderos. Los encuentros se desarrollan en un clima familiar y de amistad sincera. Te acogen y te sientes querido. Aunque sabes que no lo mereces, lo agradeces. Eso es lo que el Espíritu Santo espera de nosotros: acogida.
Y también he tenido grandes y duras lecciones acerca de que lo que se espera de mí es que sepa escuchar, y esto no sólo con las personas sino principalmente con el Espíritu Santo. En pocas palabras, que no sea egoísta. (A veces se dan diálogos entre egoístas, como decía Jean Cocteau: “un egoísta es aquel sujeto que se empeña en hablarte de sí mismo cuando tú te estás muriendo de ganas de hablar de ti”.)
En la oración, el Espíritu Santo es el protagonista principal, es Él quien ora en nosotros. Por eso, necesitamos recibirle en nuestra casa. Jesús nos dijo: «Os conviene que yo me vaya, porque si no el Espíritu Santo no vendrá a vosotros» (Jn 16, 7) La oración es poderosa en la medida en que demos acogida al Espíritu Santo. El quiere venir e impregnarnos de su presencia:“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.” (Ap 3, 20) Cuando llegue, es importante que no se sienta como un extraño, como alguien a quien se ignora o que no es bien recibido, sino que se sienta en casa, buscado, esperado y querido.
“Es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón.” (Heb 4,12) El Espíritu Santo está esperando que le demos espacio para mostrar su misericordia, toca a la puerta de nuestras vidas con insistencia y nos dice: “Prestad oído, cielos, que hablo yo, escuche la tierra las palabras de mi boca. Como lluvia se derrame mi doctrina, caiga como rocío mi palabra, como blanda lluvia sobre la hierba verde, como aguacero sobre el césped.” (Deut 32, 1-2)
Apertura a Dios
En el arte paleocristiano un tema iconográfico de los más frecuentes es el del orante que representa a un hombre con los brazos abiertos y alzados. Cuando rezas, más que darle y decirle cosas a Dios, le estás dando cabida en tu vida, le estás ofreciendo hospitalidad; le estás esperando “con los brazos abiertos”. Esta es una actitud fundamental para que la oración sea fecunda: la actitud propia de todo encuentro amistoso.
El comportamiento que el Espíritu Santo espera de nosotros es como el de la tierra reseca ante las nubes cargadas de agua. Oración es apertura y por tanto receptividad. Es un sentir necesidad apremiante de su presencia, por tanto un querer encontrarlo, y seguir esperándolo incluso cuando me parece que se retrasa. Cuanto más lo desee, más voy a disfrutar el encuentro. Invitarlo, acogerlo, agasajarlo, como un huésped se merece y como corresponde a un buen anfitrión. Que de nosotros nunca se diga: “Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 11)
Actitud de escucha
Algunos actos concretos que pueden ayudar a crecer en la actitud de escucha:
- Cultivar la vida de gracia por la confesión y la recepción frecuente de la Eucaristía.
- Comenzar la meditación con la invocación al Espíritu Santo, dicha con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas: ¡Ven Espíritu Santo! Llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu creador. Y renovarás la faz de la tierra. (etc.)
- A lo largo de la meditación pedirle con insistencia: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam, 3, 1-11), o dirigirle esa oración de Salomón que agradó tanto a Dios: “Dame, Señor, un corazón que escucha” (1 Re, 3, 9) Creo que esta es una oración especialmente poderosa.
- Estar atentos a descubrir cuando el mero recitar nuestras oraciones y rezos no nos ayuda a aumentar la profundidad del encuentro con Dios en la oración. Que en nuestra vida de oración el acento esté en la actitud de escucha, la receptividad, la apertura, y no en aplicar un método o en pronunciar una fórmula.
- Antes de tomar decisiones, darnos tiempo para llevar el tema a la oración: “Señor, ¿qué quieres que haga?”. Podemos usar también las humildes palabras de santa Teresa de Jesús: “Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?”
- En las cosas ordinarias, preguntarse: ¿qué hubiera hecho Jesús? ¿cómo se hubiera comportado? Y buscar respuesta en la Escritura.
- Acudir al propio director espiritual para pedir consejo, confiando en que Dios me hablará a través de sus instrumentos y ministros.
- Mantenerse atento durante la jornada para descubrir signos a través de los cuales Dios pueda estarse revelando y enviándome un mensaje, expresándome Su sentir, Su pensar, Su querer divino, manifestándome su presencia. “¡Así pues, está Dios en este lugar y yo no lo sabía!” (Gen 28,16) Esta oración del que escucha puede ayudar.
Oraciones poderosas
Oraciones poderosas son las del orante lleno del Espíritu. Él pone su persona y el Espíritu Santo lo impregna y lo eleva desde dentro con su poder. La Virgen María da prueba de la fecundidad de esta sinergia. Ella dijo: «hágase» y el Espíritu Santo transformó todo lo que ella le dio y la convirtió en la Madre de Dios. El poder de la oración está en el Espíritu.
El fruto de mi apertura será la gracia de vivir la experiencia de ser amado por Dios. Y una oración así es una oración poderosa.
Autor, P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)
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