Oh Dios, fuente de la sabiduría,
principio supremo de todas las cosas.
Derrama tu luz en mi inteligencia
y aleja de ella las tinieblas
del pecado y de la ignorancia.
Concédeme profundizazión para entender,
memoria para retener, método para aprender,
lucidez para interpretar y expresarme.
Ayuda el comienzo de mi trabajo,
dirige su progreso, corona su fin,
por Cristo nuestro Señor. Amén.
(Oración de Santo Tomás de Aquino)
¿Dios interviene en mi desesperación por aprobar?
Tengo un recuerdo particular del tiempo de exámenes en la universidad: nerviosismo, noches de estudios, insomnios y, por qué no, también satisfacciones por el resultado obtenido. Momentos en los que todos recogíamos lo que habíamos sembrado a lo largo del curso.
Curiosamente, Dios suele salir de repente en estas circunstancias. Muchos le piden ayuda (a Él, a la Virgen o a los santos), le hacen promesas («Si me ayudas a pasar el examen, te prometo que…»), se le amenaza («o saco buena nota o dejo de ir a misa»), etc.
Todo esto me ha llevado a preguntarme: ¿Dios realmente se ocupa de estos quehaceres nuestros? Porque a veces creo que hacemos de Dios una especie de aspirina: me acuerdo de él en los momentos de “dolor de cabeza” y nada más.
Santo Tomás de Aquino, al que recordábamos la semana pasada, ha sido, tal vez, uno de los grandes estudiosos de todos los tiempos. Y santo. Por ello, creo que nadie como él puede responder a nuestra duda: ¿Dios nos ayuda a pasar los exámenes?
Dios ilumina en tanto yo colabore también
La preciosa oración que hace de prólogo a este artículo lo dice todo. En ella se ve un doble mecanismo: la acción de Dios que ilumina y mi voluntad que colabora. Y no es que Dios haga los exámenes por mí, sino que yo le pido luz y ayuda para poder estudiar mejor. Y si me va mal, no es porque Dios no me ha iluminado… sino porque tal vez no he sabido estudiar lo suficiente.
Si Dios es Padre -y lo es- ¡cómo no se va a preocupar por lo que le sucede a sus hijos! ¡Claro que le importa si pasamos los exámenes o no! Por ello, me parece estupendo que le pidamos antes de cada examen que nos ilumine, que nos ayude. Pero no como una especie de superstición tonta, sino con el amor de un hijo que se sabe querido por un Padre. Y eso, no lo duden, es una hermosa oración.
Hagan la prueba. ¡Verán cómo Dios no decepciona! Incluso cuando el examen no les salga como ustedes pensaban…
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