El monacato oriental ha sido siempre tema de numerosos estudios entre los historiadores y de búsqueda entre los curiosos en la vida espiritual. Podemos decir, en cierta manera, que representan los inicios de los estudios en la vida espiritual y en la búsqueda de la santidad dentro del cristianismo.
En este espacio hemos repasado anteriormente dos figuras preeminentes de este período, portavoces cada uno de los estilos de vida existentes:
1. San Antonio Abad y el anacoretismo (o vida eremítica):
Se caracterizaban por la búsqueda de la soledad y la oración, especialmente en los desiertos. Daban una prioridad a la ascética personal, manifestada en una vida de sacrificio, para unirse así a Dios. Junto a San Antonio, destacan figuras como San Macario el Grande, Evagrio Póntico y San Efrén el Sirio (éste último particularmente influyente por sus escritos sobre María).
2. San Basilio Magno y el cenobitismo (o vida monástica):
Aunque siguen el mismo estilo de vida que los eremitas, su principal diferencia es la vida de comunidad y la dependencia de un superior. Además de San Basilio, podemos subrayar a San Pacomio (el primero que escribió una regla para los monjes).
Aportación para la oración
Para todos los monjes orientales, e influidos por la doctrina de San Pablo, la vida constituye un combate espiritual entre el hombre viejo (con las pasiones y debilidades y la acción del demonio y el mundo) y el hombre nuevo (que cada uno debe buscar forjar en su vida, a imagen de Cristo).
Para poder vencer esta batalla que se presenta, cuentan con tres armas fundamentales que también podemos vivir nosotros:
1. La oración:
Era su principal obligación. San Pacomio llega a describirla con casi exagerado detalle, para subrayar la importancia que reviste. Pero, fuera de los tiempos establecidos, la unión con Dios debe acompañarnos a lo largo del día. Y eso es, sin duda, la mejor arma para combatir las tentaciones: saberse en presencia de un Dios que me mira y me ama con pasión.
2. El trabajo:
Que nunca se separaba de la oración y que consistía en una de las principales obligaciones del monje, pues debía vivir del fruto de sus manos. Pero siempre buscaban que fuera, sobre todo, una obra de acción de gracias a Dios. ¡Cuántas veces podemos, también nosotros, ofrecer nuestro trabajo y elevarlo a un plano sobrenatural!
3. El ayuno:
Muchas veces nos preguntamos cómo alguien puede estar a pan y agua durante mucho tiempo. Los monjes lo veían como un medio para vencerse a sí mismos y poder unirse mejor a Dios. Por lo mismo, no era un fin en sí mismo, sino un medio para llegar a Dios, libre ya de las ataduras de este mundo. Y aunque es verdad que hoy tal vez Dios no nos pida esto, también es cierto que podemos “ayunar” de otras cosas: el uso de internet, la búsqueda de pequeños caprichos, etc. Y, como los monjes de Oriente, podremos ser capaces de alcanzar más fácilmente la meta de todo combate espiritual: la santidad. Una santidad que consiste, no tanto en no tener defectos, sino en amar más y mejor al Amor.
Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C.
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