Las caídas y el salto

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Las caídas y el salto

Santa Teresa de Jesús sabía que la mayor grande tentación de su vida había sido la de abandonar la oración después de haber sido infiel a Dios: “Sabe el traidor que el alma que tenga con perseverancia oración la tiene perdida y que todas las caídas que le hace dar la ayudan, por bondad de Dios, a dar después mayor salto en lo que es su servicio” (Libro de la Vida, 19, 4).

La tentación de caer

Puede suceder que el Señor permita caídas en nuestra vida, aun viviendo una vida regular de oración, y que estas caídas tengan como resultado el desánimo, el querer abandonar la oración. Fue la mayor tentación que la misma santa cuenta haber tenido, dado que tenía la impresión de no avanzar, de continuar viviendo en la tibieza en su vida de religiosa carmelita. Quien por lo contrario persevera en la oración, aun en medio de caídas, está protegido contra los ataques del demonio pues él sabe que “también cayeron muchos santos y lo tornaron a ser” (SANTA TERESA, Carta 283). Las caídas deben suponer para nosotros trampolines para dar nuevos saltos, para crecer en humildad, para confiar más en la misericordia del Señor.

El Señor nos permite fallar

A veces nos quisiéramos ver perfectos, inmaculados, más del lado del fariseo que del publicano. No nos gusta una Iglesia que es “un hospital de campo” según la expresión del Papa Francisco. Preferíamos para ella una residencia toda pulcra, inmaculada, burguesa para los puros y perfectos. De las monjas del monasterio de Port Royal en Francia se decía que eran “puras como ángeles y soberbias como demonios”. Podríamos ser formalmente perfectos, limpios por fuera; pero por dentro, como dice Jesús de los fariseos, estar llenos de maldad (Cf. Mt 23, 27). Podríamos ser puros pero soberbios, pero el Señor permite en nuestras vidas faltas, imperfecciones, límites y pecados para aprender a ser mansos y humildes de corazón, como Él.

Dar un salto en la vida espiritual

Pero estas situaciones, dice Santa Teresa, deben servir para luego “dar un salto mayor” en el servicio del Señor. A veces estamos necesitados de dar saltos en la vida espiritual porque estamos estancados, siempre en el mismo lugar y el Señor puede permitir que esos pecados nuestros actúen como revulsivo para poder “saltar” y avanzar hacia lo alto en la vida de oración. Estas fragilidades y pecados, si contienen el sincero propósito de arrepentimiento y enmienda, pueden ayudar para reconocer al Señor como dueño y dador de todo bien, para crecer en humildad, para aprender a confiar en su gracia y a desconfiar de nosotros mismos.

Oración como arma de salvación

El que ha caído en pecado, incluso grave, tiene en la oración el arma de salvación para levantarse, para no quedarse caído, sino para volver con mayor energía al servicio de Dios y de los demás. Y a veces estos saltos son saltos de gigante; son saltos propios de santos, como decía la misma Santa de Ávila: “también cayeron muchos santos y lo tornaron a ser”. Se levantaron con la conciencia de una mayor necesidad de Dios, de mayor abandono en sus manos, de mayor vigilancia y humildad. Se hicieron un poco más publicanos y menos fariseos. Supieron buscar más el Reino de Dios y su justicia y no sólo la propia justicia personal.


Agradecemos esta aportación al P. Pedro Barrajón, L.C. (Más sobre el P. Pedro Barrajón, L.C)

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