La meditación es exigente pero no complicada

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La meditación es exigente pero no complicada

Hay quienes piensan que la meditación es para las ligas mayores, para “profesionales” de la oración. El mundo vertiginoso en que vivimos nos acelera por dentro y se vuelve difícil hacer silencio, calmarse y concentrarse. Nos pasa a todos, incluso a los sacerdotes: acabo de ver a un sacerdote llegar de prisa a una capilla, celebrar misa en 15 minutos y salir corriendo a su próximo compromiso.

El hábito de la meditación diaria es de lo más provechoso que hay en la vida de oración, pero muchos dicen que no tienen tiempo o que es complicado. Sí, es exigente introducir en la rutina diaria un tiempo de calidad para el encuentro personal con Cristo. Es exigente hacer silencio exterior e interior, ponerse en la presencia de Dios, meditar y gustar Su Palabra, sobreponerse a las distracciones y estar con Él en actitud contemplativa. Es exigente ser constante, perseverar en la oración.

Es exigente, pero no complicado

Hablar con Dios no es complicado. Cuando se quiere explicar y conceptualizar la experiencia religiosa las cosas se vuelven un poco difíciles, pero lo difícil es la explicación de la experiencia, no la experiencia misma. Es como ver: ver no es complicado, pero el ojo sí lo es y a los oculistas y a los oftalmólogos les supone años de estudio su especialización.

Hace dos semanas conversaba con un albañil que trabaja doble turno para mantener a su familia. Me lo encontré al salir de una Iglesia. Me contó su historia y le pregunté: Con tantas horas de trabajo y viviendo tan lejos, ¿cómo haces para encontrar tiempo para venir aquí? Me respondió: «Lo que yo me pregunto es cómo haría si no tuviera tiempo para rezar. Si no dedicara tiempo a mi Señor, difícilmente soportaría el ritmo de vida que llevo. Aquí tomo fuerzas, aquí me recuerdo y le recuerdo a Él que lo hago todo por amor a mi esposa y a mis hijos.»

Las personas sencillas nos enseñan

Muchas personas sencillas y humildes me han enseñado qué sencillo es sentarse por la noche a ver las estrellas y hablar con el Creador, no les parece complicado ver el rostro de sus hijos y contemplar en ellos el amor de Dios, no les complica ir ante Cristo Eucaristía y quedarse allí un rato acompañándolo. «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo ocultado estas cosas a los hombres sabios y hábiles se las has revelado a los sencillos» (Lc 10,21). En mi vida de oración mis grandes maestros han sido personas sencillas.

Llama la atención que a los humildes les sea tan fácil el trato con Dios. Hay diversas razones para que esto sea así, una de ellas es precisamente que son sencillos, conocen y aceptan su propia pequeñez y no sienten vergüenza de presentarse ante el Señor tal como son. Más aún, se sienten a gusto siendo como son ante Dios, porque sienten que Dios los acepta y los ama así como son. Podrían exclamar como María: “ha mirado la humildad de su esclava.” Dios es de tal manera que los pobres se sienten particularmente acogidos.

Como los niños

¿Cómo se siente un niño pequeño en los brazos de su padre? Se siente seguro, pues le tiene plena confianza. Tiene la certeza de que su padre le será siempre fiel y le protegerá de cualquier peligro. Esa actitud sencilla y humilde característica de los niños es la que necesita el hombre cuando se acerca a dialogar con Dios: Nos dice el Catecismo 2797 que “La confianza sencilla y fiel, y la seguridad humilde y alegre son las disposiciones propias del que reza el Padre Nuestro.”

El niño conoce las cosas intuitivamente, las contempla, se mete en su mundo e interactúa con ellas. Podríamos decir que el niño conoce con el corazón, no tiene barreras, se pone al tú por tú con la paloma, con el charco y con el anciano. Los humildes son como niños: inocentes, naturales y espontáneos en sus palabras y comportamientos.  Los humildes se comportan con Dios como hijos y como amigos. Por eso buscan espacios para el encuentro y lo disfrutan.

Mucha naturalidad

Otro secreto de las personas humildes en su meditación es que suelen dialogar con Dios sobre los acontecimientos ordinarios de su vida y luego prolongan el encuentro, haciendo memoria de Dios en medio de la jornada:

“Orar en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos del Reino revelados a los «pequeños», a los servidores de Cristo, a los pobres de las bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para que la venida del Reino de justicia y de paz influya en la marcha de la historia, pero también es importante impregnar de oración las humildes situaciones cotidianas. Todas las formas de oración pueden ser la levadura con la que el Señor compara el Reino.” (Catecismo 2660)

La recompensa es grande

Es exigente la meditación diaria, pero la recompensa es grande. Bien vale la pena el esfuerzo. La meditación diaria, celebrar todos los días un encuentro personal de amor con Cristo, reduce el estrés, es fuente de paz, de satisfacción plena, es generador de sentido, da dirección a la vida, es un gran medio de purificación, camino para avanzar en la superación personal, alcanzar la salud espiritual y la plenitud en el amor. Es sobre todo un gran medio para conocer a Jesucristo, hacer vida con Él, llenarse de Él, y caminar seguro y recto hacia la vida eterna.

Creo que la meditación cristiana requiere al menos 15 minutos diarios, ojalá sean 20 ó 30 minutos; y para sacerdotes y almas consagradas: una hora diaria. El tiempo debe ser tiempo de calidad, es decir: de plena dedicación al encuentro con Cristo, sin combinarlo con otras cosas ni dejar para Dios sólo los “tiempos muertos” (cuando estás atorado en el tráfico, mientras haces fila esperando el autobús, etc.). No digo que en esos momentos no se pueda orar, claro que se puede; me refiero a la forma de oración llamada «meditación».


Autor, P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)

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