Hay una frase de San Pablo que siempre me ha llamado la atención cuando dice, en la carta a los Romanos, que el Espíritu viene en ayuda a nuestra debilidad porque nosotros ni siquiera sabemos lo que conviene pedir (Cf. Rom 8, 26). El Espíritu viene en ayuda a nuestra debilidad.
Sí, debemos reconocerlo con sencillez y humildad: somos débiles. Todos nosotros hubiéramos dejado las piedras que hubiéramos tomado para apedrear a la mujer adúltera, si hubiéramos presenciado la escena cuando Jesús dijo que el que estuviera sin pecado arrojara la primera piedra. No podemos tirar ninguna piedra a nadie porque somos pecadores. En el rezo del Ave María repetimos “ruega por nosotros, pecadores”.
El Señor conoce nuestra debilidad
Al iniciar la Santa Misa todos pedimos perdón de nuestros pecados y luego volvemos a repetir: “Señor, ten piedad de nosotros”. Pero nuestra debilidad no nos impide orar. Es, al contrario, un motivo más para orar más y mejor porque el hecho de ser pecadores significa que necesitamos más de la oración. Y como el Señor conoce esa debilidad que podemos ocultar bien a los ojos de los demás, pero no a los ojos de Dios, el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad. ¡Que consuelo saber que nada más y nada menos el mismo Espíritu Santo viene en ayuda de nosotros! No manda el Señor ningún intermediario en nuestra ayuda sino la misma tercera persona de la Trinidad, el Espíritu de Amor del Padre y del Hijo. ¡Qué seguridad saberse apoyado, protegido, conducido, guiado por el Espíritu! El viene para ayudarnos, no para juzgarnos, condenarnos o castigarnos. Viene para ayudar, porque sabe que somos barro.
Además San Pablo añade algo de lo que todos nosotros tenemos experiencia personal: que nosotros no sabemos lo que pedir. No tenemos idea de lo que conviene pedir. Por eso siempre se debería tener la intención de añadir a nuestras peticiones, al menos dentro de nuestro corazón, en la oración, “si es tu voluntad, Señor”. Sí, no sabemos bien lo que pedir. A veces no nos atrevemos a pedir nada. A veces nuestras peticiones son demasiado centradas en nosotros mismos, sobre nuestras angustias, penas, preocupaciones. Nada malo en eso, pero podemos tener un estrecho panorama espiritual y cegarnos para ver lo evidente porque estamos demasiado centrados en nosotros mismos. Sí, no sabemos bien, lo que tenemos que pedir. Pero también aquí viene en ayuda el Espíritu Santo por Él intercede por nosotros con insistencia con gemidos inenarrables (Cf. Rom 8, 26).
Debemos sentirnos seguros, pues el Espíritu Santo intercede por nosotros
San Pablo es expresivo al describir la oración del Espíritu hecha con gemidos que no se pueden describir. El Espíritu Santo ora con gemidos. Eso significa que realmente se interesa con pasión por nosotros, por nuestras cosas, nuestros problemas. Quiere lo mejor para nosotros y lo pide al Padre. ¡Qué gran seguridad nos debe dar esta intercesión apasionada del Espíritu en nuestro favor! Como cuando una madre lleva su hijo gravemente enfermo al médico e intercede con gemidos al médico para que lo atienda, lo cure y lo salve. Así es el Espíritu con nosotros, nos cuida como una madre cuida a su hijo. Pide lo mejor para nosotros como una madre lo pide para su hijo.
El gran maestro de la vida espiritual, como de la vida de oración, es el Espíritu Santo. El es quien nos guía, quien nos conduce, nos consuela, nos enamora, nos llena de la dulzura de su presencia. ¡Cómo es bella la vida espiritual, en particular, cuando ponemos al Espíritu Santo como el gran protagonista y nosotros nos colocamos en un segundo lugar, como actores sí, porque debemos colaborar, pero sobre todo como grandes receptores de sus gracias, luces e inspiraciones!
Invitar al Espíritu Santo
Cuando en la vida del espíritu nos lleguen los momentos de cansancio, de debilidad, de acidia, de falta de entusiasmo, recurramos al Espíritu Santo, seamos conscientes de esos gemidos inefables con los que intercede por nosotros y continuemos con alegría nuestro camino hacia Dios. Y en todo momento, con los labios y el corazón, repitamos: “¡Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor!”. Amén.
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