Veo morir a un padre y un amigo. Su cuerpo no da para más. Se va apagando poco a poco. Mucho sufrimiento y mucha paz. Su rostro: sereno pero parece que quiere llorar. Lo que pasa en su interior en estos momentos: un misterio. Su comunicación con nosotros es ya muy limitada, pero tengo la certeza de que su intimidad con Cristo crucificado es inmensa. Me imagino a Jesús tomándole la cabeza y recostándolo sobre su pecho, mientras le dice: Has combatido bien tu combate, has corrido hasta la meta, has mantenido la fe (cfr.2 Tim 4,7), pronto descansarás en mis brazos para toda la eternidad.
El trabajo del Espíritu Santo
¿Qué es la vida? Es el tiempo de que dispone el Espíritu Santo para modelarnos conforme a la imagen de Cristo. Su trabajo en nosotros consiste en santificarnos: hacernos como Cristo. Algunos encarnan de manera especial la humildad de Cristo, otros la caridad, otros la mansedumbre, otros la pobreza, otros la obediencia…. Hay momentos de la vida en que Él nos concede identificarnos con el Cristo maestro, otros con el Cristo amigo, otros con el Cristo compasivo, otros con el Cristo triunfante…
El Espíritu Santo siempre nos conduce a Cristo
Como mi hermano sacerdote que tengo delante: un hombre que durante su vida se ha distinguido por la bondad y la caridad; a través de él he conocido y experimentado la caridad de Cristo. En un período de su vida el sufrimiento moral le ayudó a identificarse con el Cristo paciente y humilde. Y en esta última etapa de su carrera, mientras completa en su carne lo que falta a la pasión de Cristo (cfr. Col 1,24) veo en él al Cristo doliente. Qué paz terminar la vida pudiendo decir: «Para mí el vivir es Cristo» (Flp 1,21) «La gracia no ha sido estéril en mí» (1 Cor 15,10)
En nuestra pequeñez no podemos alcanzar ni de lejos la belleza y la perfección de Jesucristo. Él es el hombre perfecto y Su imagen es el proyecto del Padre para nosotros. El Espíritu Santo como agua purísima que corre por el cosmos entero, perfeccionándolo, nos arrastra con su corriente hacia Cristo: «Camino, verdad y vida» (Jn 14,6). Quien se deja guiar por Él avanza siempre en esa dirección. El Espíritu Santo siempre nos conduce a Cristo.
El Espíritu Santo requiere nuestra colaboración
Para que pueda hacer su labor de transformación, el Espíritu Santo requiere nuestra colaboración. A veces trabajamos mucho en el cultivo de la virtud, a veces es sólo cuestión de abandono y de dejarnos modelar, las almas generosas hacen las dos cosas y además se despojan del hombre viejo, de todo aquello que no sea conforme al Modelo, para revestirse del hombre nuevo (Ef 4,22).
El Espíritu Santo trabaja sobre todo en los tiempos de oración y de dolor
Los espacios reservados exclusivamente a la oración y, misteriosamente, también las horas de dolor, son el tiempo en que el Espíritu Santo suele actuar con más intensidad. Para trabajar, el Espíritu Santo, el Escultor, necesita que seamos generosos y le demos tiempo en la oración; mejor si tenemos al Modelo delante: Cristo Eucaristía. Y cuando llegue la hora del dolor: dejarnos modelar con paciencia y fortaleza, que hace falta más fortaleza para recibir el golpe que para el ataque.
Los modos del Espíritu Santo
Sus modos ya los conocemos: cuándo se mueve como brisa suave, cuándo como viento impetuoso. Así es Él, su estilo es de ordinario el de la g{«type»:»block»,»srcClientIds»:[«a3fd45de-7529-4497-b0cb-cad88eccdad3″],»srcRootClientId»:»»}ota paciente que modela la roca, pero también tiene formas rigurosas y golpea con fuerza donde más duele con tal de realizar su proyecto. Como el alfarero: a veces hiende el barro con firmeza, a veces lo acaricia de forma extremadamente delicada. Lo que queda claro es que el Amor en persona lo hace todo con amor; no sabe, no puede hacerlo de manera diferente. Esta certeza, incluso a veces entre brumas, llena el alma de conforto y de confianza filial.
Y después del combate: la vida eterna en los brazos del Padre: «Ven siervo bueno y fiel, entra al gozo de tu Señor» (Mt 25,23) Y entonces adquiere pleno sentido la exhortación de San Pedro: «Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo. » (1P 4,13)
Autor: P. Evaristo Sada, L.C. (Síguelo en Facebook)El contenido de este artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet y redes sociales, siempre y cuando se cite su autor y fuente original: www.la-oracion.com y no se haga con fines de lucro.