La fe, puerta de la oración, es un don de Dios, dijimos en la reflexión anterior, pero al mismo tiempo la oración y la maduración en la relación con el Señor requieren también el esfuerzo del hombre. Orar es un acto nuestro. La Iglesia no aceptó un movimiento espiritual llamado «quietismo» de Miguel de Molinos que pedía al orante una actitud de sola pasividad de frente a Dios. Ciertamente Dios «primerea» como ama decir el Papa Francisco, pero esto no quiere decir que el hombre no pueda y deba colaborar con Él. Orar es una acción divina en el alma pero es también un acto nuestro. El hombre debe cooperar con todo su ser, su inteligencia, su voluntad, su corazón, sus fuerzas emotivas y pasionales.
El que ora, confía
La relación del hombre con Dios se basa ante todo en un acto de confianza en Él. El hombre confía en Dios, se fía de Dios. Es por ello muy importante que la oración se desarrolle en un clima de confianza. Allí donde hay miedo, desconfianza, recelo, turbación, inquietud no puede reinar verdaderamente el Señor. El orante se fía de Dios, de su palabra, de su revelación. El salmo 131 nos indica cuál es la actitud correcta para la oración cuando nos describe a un niño en brazos de su madre: «mantengo mi alma en paz y silencio como un niño de pecho en el regazo de su madre» (v. 2). El clima de la oración es por lo tanto la confianza total que, en medio de las vicisitudes de la vida, va viviéndose con espontaneidad y va aumentando aunque el Señor pueda permitir pruebas y en ocasiones parecer que Él está ausente.
No por nada en algunas de las revelaciones privadas de los últimos siglos como en las del Sagrado Corazón a Santa María María de Alacoque y de Jesús Misericordioso a Sor Fautisna Kowalska destaca la confianza como una de las virtudes más apreciadas por el Corazón de Cristo: «Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío», o «Jesús, en ti confío». Tales actitudes, lejos de ser infantiles en la vida espiritual, revelan un progreso del cristiano en su relación con Dios, proprio de quien ha comprendido que «todo lo puede en Aquel que le da la fuerza» (Cf. Fil 4, 13). Esta confianza es la puerta de entrada en la comunión con el Señor. Nos conduce a ella como vía maestra. La perfección espiritual, lograda a base de sucesivas purificaciones del alma conducirá a un mayor desprendimiento del alma de sí y de sus fuerzas para dejarse guiar y conducir de modo confiado en las manos de su Creador y Padre.
Agradecemos esta aportación al P. Pedro Barrajón, L.C. (Más sobre el P. Pedro Barrajón, L.C)
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