En las escuelas católicas muchas veces se enseña religión, pero los alumnos no salen amando a Jesucristo. El reto de un catequista y de un profesor de formación católica es que sus alumnos conozcan a la persona de Cristo, se enamoren de Él y lo sigan, para vivir en amistad con Él en el tiempo y en la eternidad.
Conocer y crecer en la amistad con Cristo
Una buena escuela católica o un buen departamento de catecismo de una diócesis o de una parroquia, no pueden sentirse satisfechos si los alumnos aprenden la doctrina pero no conocen la persona de Cristo y establecen una relación de amistad con Él.
Creo que todos los esfuerzos que una escuela o una parroquia pongan en sus programas de formación católica, deben estar orientados a lograr este objetivo. Por ejemplo: al hacer la selección de los profesores y catequistas, lo primero que hay que ver es si se trata de verdaderos amigos de Cristo, que lo conozcan de primera mano en la oración, que sean capaces de dar testimonio de Aquél a quien han visto y oído en su contacto diario con Él en la Eucaristía y la meditación de la Palabra.
San Pablo, aquel gran evangelizador, debía de ser así. Vivía encendido adentro. Le ardía el mensaje –«¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!»- (1 Cor 9,16) y su experiencia personal de Cristo se convertía también en materia de predicación, que acompañaba con el testimonio de su vida: «para mí la vida es Cristo» (Fil 1,21), «todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo» (Fil 3,8); predicaba dando testimonio de esta experiencia personal e íntima: «me amó y se entregó por mí» (Gál 2, 20).
«El camino mejor es el que el Apóstol […] mostró: Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo debe resaltarse que el amor de Nuestro Señor siempre prevalece, a fin de que cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el amor, ni otro término que el amor» (Catecismo Romano, Prefacio, 10; cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 25).
Al escribir los textos, al preparar las actividades y talleres, en todo momento, la pregunta principal que deben hacerse es: ¿esto va a ayudar a que el alumno conozca, ame y siga a Jesucristo? Incluso a la hora de dirigir oraciones y en la forma de celebrar la misa los pastores tenemos la responsabilidad de que sea inspirador, que el estudiante diga: yo quiero aprender a rezar así, me gustaría mucho tratar con Dios de esa manera.
La vida de oración es el cimiento de toda escuela católica
Es motivo de mucha esperanza y confianza para el pastor y maestro saber que en esta tarea no parte de cero y que no está solo: Dios Nuestro Señor ha dado ya el primer paso, Él nos amó primero, y el Espíritu Santo está trabajando de manera permanente en el alma de cada uno de sus hijos. «El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios. Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar». (Catecismo de la Iglesia Católica, 27) Pero Dios es un mendigo de nuestra atención. La amistad requiere la aceptación libre de ambas partes.
Ser cristiano implica una relación personal y una amistad con Cristo, un seguimiento y una donación a Cristo. No hay que comenzar de cero porque Dios no es un desconocido para el bautizado iniciante. Desde el día de su bautismo, Dios tiene puesta su morada en lo más profundo de su ser; la oración, la relación personal de amistad con Dios, la tiene sembrada en su corazón. Dios no está lejos, no es un extraño, es lo más íntimo de sí mismo y quiere manifestarse.
El papel del formador y catequista consiste principalmente en despertar el corazón profundo. Es preciso individuar las condiciones que van a permitir que el alumno crezca en su relación de fe y amor con Jesucristo y eso es lo que el formador debe poner. Es como un jardinero, que pone las condiciones para que la semilla germine y crezca en buena tierra. El maestro es Cristo, la semilla es la gracia, el santificador es el Espíritu Santo. Necesita buena tierra: eso es lo que debe aportar cada uno con la ayuda de sus formadores.
Por ello, creo que la vida de oración, entendida como relación personal de fe y amor con Cristo a lo largo de toda la jornada, debe ser materia central en toda escuela católica. Algunos medios clave que contribuyen a crear las condiciones necesarias para que la semilla germine y crezca son: la vida de gracia, la vida eucarística, la familiaridad con la Palabra de Dios, el acompañamiento de un formador al estilo del Buen Pastor, la comunidad orante.
Modelo catequético
El encuentro de Cristo con los de Emaús (Lc 24, 13 ss) me parece emblemático como modelo catequético.
– Los dos discípulos en búsqueda – pedagogía divina de la Providencia.
– Cristo Buen Pastor sale a su encuentro.
– Los lugares de encuentro con el Resucitado: La Palabra y la Eucaristía.
– Establecen una relación: ¡quédate con nosotros!, ardía el corazón por la acción del Espíritu Santo.
– Los discípulos comparten su experiencia personal del encuentro con Cristo.
Autor, P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)
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