«La vida del hombre sobre la tierra es una batalla.» (cf. Job 7, 1) Todos lo experimentamos, todo supone esfuerzo: el sustento económico, la armonía en la vida familiar y matrimonial, conservar la salud, la evangelización, la formación académica, la vida de oración….
Y en esta batalla de la vida hay éxitos y fracasos, avances y retrocesos, gloria y ruina. Todos tenemos crisis en la vida y hay tiempos en que lo construido con tanto esfuerzo se convierte en escombros.
Es muy duro y penoso encontrase a veces ante los propios escombros. Pero estos deben servirnos para volver a construir y edificar con ellos cimientos más fuertes. El hombre sensato construye su casa sobre roca, sobre cimientos sólidos y profundos. (cf Mt 7,24)
La oración se funda sobre la fe, se alimenta con la Eucaristía, se autentifica por la caridad
En la vida cristiana esto significa ser hombre de oración. Una oración que se funda sobre la fe, se alimenta con la Eucaristía y se autentifica por la caridad. (cf Catecismo n. 2624) El punto de referencia lo tenemos en los primeros cristianos, que «acudían asiduamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (Hch 2,42).
Una de las grandes lecciones que Dios me ha enseñado en estos últimos años en que pasan por especial dificultad la congregación religiosa y el movimiento de apostolado a los que pertenezco (Legión de Cristo y Regnum Christi), es que debo ser hombre de oración. Si queremos escuchar la voz del Espíritu Santo y descubrir Su voluntad, debemos ser más contemplativos. Si queremos construir la casa sobre roca firme, debemos orar más y orar mejor.
La oración se funda sobre la fe
Tratamos con Dios porque creemos en Él y en lo que Él nos ha dicho. Sabemos quién es, cómo es y qué nos enseña, porque Él mismo nos lo ha revelado. Y es a partir de esa experiencia, de esa fuerza interior y de ese conocimiento que desarrollamos nuestra amistad con Cristo. En la oración no gustamos imaginaciones ni alucinaciones, sino certezas de fe: las certezas de fe que nos ofrece la Palabra de Dios y que la Iglesia nos propone.
Cito varios párrafos del catecismo de la Iglesia católica que me ayudan mucho y que te propongo meditar delante de Dios.
– 2732. La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: «Sin mí, no podéis hacer nada» (Jn 15,5).
– 158. «La fe trata de comprender»: es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La gracia de la fe abre «los ojos del corazón» (Ef 1,18) para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado. Ahora bien, «para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones» (Dv 5). Así, según el adagio de san Agustín, (serm. 43, 7,9) «creo para comprender y comprendo para creer mejor».
– 142. Por su revelación, «Dios invisible habla a los hombres como a amigos, movido por su gran amor y mora con ellos para invitarlos a la comunión consigo y en ella recibirlos» (Dv 2). La respuesta adecuada a esta invitación es la fe.
– 162. La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo; san Pablo advierte de ello a Timoteo: «Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe»(1 Tm 1,18-19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que la aumente; debe «actuar por la caridad» (Ga 5,6), ser sostenida por la esperanza y estar enraizada en la fe de la Iglesia.
La oración se alimenta con la Eucaristía
La Eucaristía es el pan nuestro de cada día, es decir, algo necesario para subsistir. Es fuente de gracia, de vida divina en nosotros. La Eucaristía es el pan cotidiano que alimenta el espíritu y nos une al Cuerpo de Cristo. Si no comemos su carne y no bebemos su sangre, no tendremos vida. (cf Jn 6)
Jesucristo permaneció con nosotros en la Eucaristía para que nosotros permaneciéramos en Él. Jesucristo bien sabía que nos sentiríamos débiles, solos, necesitados de luz, fortaleza y consejo. Por eso, acompañar y contemplar a Cristo Eucaristía es el gran quehacer del hombre de oración. Viendo a Cristo, vemos al Padre: «Nadie puede venir al Padre sino por mí… Quien me ha visto, ha visto al padre» (Jn 14, 6-9).
El Sagrario es lugar privilegiado para la oración personal y comunitaria. Allí vamos los que estamos enfermos, pues Él vino a llamar no a los santos, sino a los pecadores (cf Mt 9, 12-13) En este sentido, agradezco mucho a mi comunidad en Roma que desde hace un año, animados por los más jóvenes, decidimos tener adoración eucarística a lo largo de toda la jornada.
La oración se autentifica por la caridad
En la oración actúa la gracia de Dios para irnos configurando poco a poco con Cristo, nos vamos pareciendo más a Él. Es un proceso lento, don de Dios. A base de ver el rostro de Cristo nuestra mirada se va haciendo más pura, nuestro corazón se ablanda, nuestras actitudes se van modelando conforme a las de Él.
Por la vida de oración, dejamos que Cristo vaya entrando en nuestras vidas y poco a poco nos vaya modelando conforme a su estilo, donde el amor y el servicio al prójimo es el rasgo característico de nuestro comportamiento.
Cuando una planta está sembrada en tierra fértil, bien abonada y regada, la planta luce un follaje verde, fresco, abundante. Lo mismo el cristiano: desborda caridad cuando está plantado en el amor de Dios.
La fe viva «actúa por la caridad» (Ga 5,6), «la fe sin obras está muerta»(St 2,26)
Fe viva, vida Eucarística asidua y caridad genuina: aquí tenemos los distintivos del orante.
Autor, P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)
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