Para mí, la imagen de la Virgen de Guadalupe, es de las que mejor expresan la maternidad de Dios y de María. Cuando voy a la Villa de Guadalupe, normalmente no me salen palabras; Ella me enseña a orar con un simple intercambio de miradas.
Orar es mirar y dejarte mirar.
Contemplarla, mirarla y que me mire
De rodillas o sentado me pongo tranquilo delante de su imagen, primero la veo con mis ojos, luego la imagino viva, realmente presente delante de mí y allí me quedo con Ella en un intercambio de miradas.
Sé que Ella me está viendo, me ve siempre, es mi Madre que me ama y me protege con su mirada. Su mirada es compasiva, dulce, tierna, humilde, sencilla; es como una caricia, llena de amor. Me inspira mucha confianza, seguridad y fortaleza. Con sólo verla y dejarme mirar por Ella, experimento en mi interior una profunda paz. Como Pedro en el Tabor, digo en esos momentos: ¡Qué bien se está aquí!
Percibes una presencia sobrenatural, más allá de una imagen estampada en la tilma de Juan Diego o de un acto de la imaginación. Ya es un acto de fe. La ves sabiendo que te ve, es mirada de amor. Vives la experiencia de saberte amado. Y allí te quedas, descansando en su presencia, gozando de ese momento de bienestar profundo.
Cuando me distraigo vuelvo a abrir los ojos, miro de nuevo su imagen, con toda calma. Sus oídos cubiertos por el manto me recuerdan que he de recoger mis sentidos exteriores e interiores (memoria e imaginación) para poner atención a la voz del Espíritu. Apenas reconquisto la atención, paso a gozar de su presencia con la mirada interior. Y allí me quedo con Ella, bajo la sombra luminosa del Espíritu Santo. ¡Qué fácil es actuar la fe, el amor y la confianza delante de la Virgen de Guadalupe!
Autor: P. Evaristo Sada, L.C. (Síguelo en Facebook)
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