Queridos lectores, iniciaremos una serie de artículos sobre el tema «antropología y vida de oración». Para ello escogeré algunos de los textos del Catecismo de la Iglesia Católica que de algún modo tienen que ver con tal temática. La idea es tratar de comprender, a la luz de la fe, el misterio del hombre en su relación con Dios. Algunos temas podrán parecer sin conexión directa con la temática central, pero trataré de explicar cómo existe una cierta relación indirecta por lo cual he decidido incluirlo.
La fe y la obediencia en el cristiano
Comienzo con el tema de la fe que el Catecismo de la Iglesia Católica pone al inicio como una especie de frontispicio necesario para entender la revelación. Sin una adecuada reflexión sobre la fe toda otra ulterior consideración sobre el hombre quedaría como vacía de contenido en cuanto la antropología cristiana parte, como la misma vida de oración de la fe en la existencia, presencia y acción de Dios.
El número 144 del Catecismo nos dice que: «Obedecer («ob-audire») en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma».
Tanto la obediencia como el sometimiento parecen ser virtudes o actitudes poco propias del momento presente. Parecería más bien que para la mentalidad moderna no se trata de virtudes sino de defectos. Quien obedece parece que es pasivo, que no ha desarrollado la propia personalidad, que se ha quedado en la etapa infantil de su existencia. Algo parecido se podría decir del sometimiento, concepto por lo demás muy ligado a la obediencia.
La pregunta que nos podemos hacer es por lo tanto si la obediencia es algo realmente cristiano, si es el reflejo de una actitud madura del hombre, si debe ser una actitud que ha de ser desarrollada en la oración. La respuesta del Catecismo es «sí!». La obediencia cristiana no disminuye la persona, sino que la ensalza. Creer no es abajarse, es elevarse. Orar no es adoptar una actitud pasiva, sino activar los resortes más esenciales del hombre delante de Dios.
Escuchar a Dios para conocer Su voluntad
El hombre auténtico debe ante todo «escuchar», no cualquier voz, sino la voz de Dios. La oración es ante todo escucha de la palabra divina. Luego vendrá una respuesta pero si no hay escucha la respuesta no será adecuada.
De este modo la antropología cristiana y con ella la vida de oración parten de Dios, desde arriba. No parte del hombre, de su modo de ver la realidad, sino de cómo Dios la ve. Esta operación de «elevación» es propio del quehacer del hombre cristiano y del hombre de oración. Veremos en las próximas reflexiones cómo algunas personas ejemplares como Abrahán y María se han «elevado» por la obediencia de la fe.
Agradecemos esta aportación al P. Pedro Barrajón, L.C. (Más sobre el P. Pedro Barrajón, L.C)
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