Alimentar nuestra esperanza

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Alimentar nuestra esperanza

Santo Tomás de Aquino habla de la oración como «intérprete de la esperanza» (Suma Teológica II-II, 17, ad 2). Como seres humanos estamos llenos de miedos y de esperanzas. Ambas actitudes tienen que ver con nuestra historia, la experiencia tenida, la situación presente y el futuro, lejano o inmediato. 

¿Quién no tiene miedo?

¿Quién de nosotros no alberga en su corazón expectativas, ilusiones, deseos y al mismo tiempo miedos, preocupaciones, ansias? Quien no tuviera ni miedos ni esperanzas lo calificaríamos de in-humano. El cristiano espera y teme como cualquier hombre. Por el hecho de ser cristiano, de estar bautizado, de creer en Cristo, no cambia su situación existencial. Estamos en un mundo que se presenta muchas veces como agresivo y violento; y nos sentimos amenazados. No siempre sabemos bien el objeto del temor. Pero ahí está y a veces no corroe el alma ese temor íntimo, en forma de ansia, de angustia, de preocupación, que no siempre podemos compartir con los demás.

Todos necesitamos alguien en nuestras vidas que nos ahuyente esos miedos innatos que crece en nosotros y que nos quitan la paz. En el Evangelio encontramos en numerosas ocasiones la invitación de Cristo a sus discípulos a no tener miedo: «No tengan miedo. Soy yo» (Mt 14, 27). Las mismas palabras las repite a las mujeres a las que se aparece resucitado el día de Pascua (Mt 28, 5.10). Es un estribillo que se repite en muchos encuentros con sus apóstoles y discípulos. El solo encuentro con Cristo quita el temor y alimenta la esperanza.

Cristo es un Cristo vivo y verdadero

Mientras caminamos por la vida terrena nuestro modo privilegiado de encuentro con Cristo (además de los sacramentos y del «sacramento» de la caridad al prójimo) es la oración. Allí encontramos al Cristo vivo y verdadero, el que aleja el miedo y alimenta la esperanza. Por ello la oración es non sólo intérprete de la esperanza sino también fuente de la esperanza. Quien ora con sencillez, encuentra al divino Maestro y prostrado con confianza a sus pies escucha sus palabras. De este encuentro salimos renovados en la mente y en el corazón. De frente a los vendavales del mundo, a las pequeñas o grandes sorpresas de la vida, el orante es capaz de guardar la calma y da a su vida una fundamental tonalidad de esperanza, un optimismo radical que nada ni nadie le podrá quitar. La oración alimenta nuestra esperanza y nos quita el miedo.

Esa es nuestra experiencia y fue la experiencia de Jesús. Cuando acaba su en Getsemaní, después de la intensa agonía que lleva a su alma hasta una tristeza de muerte, confortado por la oración se acerca a apóstoles y les dice: «¡Levantaos. Vámonos!» (Mt 26, 46). La oración le ha hecho superar el miedo, la oración le ha hecho recuperar la confianza. La oración ha vuelto a poner ante sus ojos de hombre el rostro amable del Padre que le dará fuerza para afrontar la ignominia de la cruz.


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