A Jesús por María

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Explicación del Avemaría

Todos necesitamos la presencia de una madre. También los hombres más rudos y las personas más independientes. Las manos y la cercanía de la madre dan seguridad y confianza, como sucede con los bebés que están en manos ajenas, apenas vuelven a los brazos de su madre se tranquilizan. El niño tiene la certeza de que en brazos de su madre nada malo le va a suceder. Es algo instintivo. La madre es donación sin límites. En ella todo es darse soportando en silencio la falta de correspondencia en el amor. La madre es pastora, siempre presente y cercana. Busca el bien de sus hijos, cueste lo que cueste.

El amor de una madre es la respuesta más cercana a la nostalgia de eternidad con que vivimos. Las madres son transparencia del amor de Dios, de su ternura y su bondad.

Durante todo este mes de mayo hemos tenido especialmente presente a María, madre de Jesús y madre nuestra. Con el deseo de compartir de una manera sencilla mi amor a María, repasé las fotos que he tomado a la imagen de Nuestra Señora del Silencio para enviarles una cada día a través de la página de FB de la-oracion.com. Me ha ayudado a tenerla más presente en mi vida de oración, espero que también a ustedes les haya servido.

Si estamos unidos a María, estaremos más unidos a Jesús.

Como dice San Luis María de Montfort, la devoción a la Virgen María es un medio privilegiado «para encontrar a Jesucristo perfectamente, para amarlo tiernamente y servirlo fielmente.» (VD 61) Cuando contemplamos a María y la ternura con que trata a Jesús, nuestra contemplación se vuelve en súplica a Dios: ¡Que yo te ame igual!

«Cada vez que piensas en María, María piensa en Dios por ti. Cada vez que veneras a María, María alaba y honra a Dios. María es toda relativa a Dios, perfectamente la llamaría la relación de Dios, que no existe sino en relación a Dios, o el eco de Dios, que no dice y no repite sino a Dios. Si dices María, ella repite Dios. Santa Isabel alabó a María y le dijo bienaventurada por haber creído. María, el eco fiel de Dios, entonó: Mi alma glorifica al Señor. Lo que hizo María en aquella ocasión, lo repite todos los días. Cuando es alabada, amada, honrada o cuando recibe alguna cosa, Dios es alabado, Dios es amado, Dios es honrado, Dios recibe por las manos de María y en María» San Luis de Montfort (Tratado de la Verdadera Devoción a la Virgen María. S. Luis Ma. Grignon de Montfort, 225)

De esta forma, María es maestra de oración.

La pregunta espontánea en muchos sería: ¿qué debo rezarle a la Virgen?

Con Ella se puede estar con absoluta naturalidad y espontaneidad, como se está con la propia madre, pero hay algunas prácticas de la piedad popular que a todos nos sirven:

– Al comenzar el día y al terminar la jornada, podemos rezar la oración mariana más bella: el Avemaría
– A mediodía o incluso tres veces al día, rezar el Ángelus
– Durante la jornada se recomienda rezar un misterio del Rosario o el Rosario completo

Recientemente conversé con un matrimonio que me contó cómo enseñan a sus hijos pequeños a rezar el rosario evitando que les resulte cansado: En lugar del Ave María, el papá dice: «María» y toda la familia responde: «Te amamos» y así 10 veces.

Siento insistir tanto en un punto que menciono a menudo: en la oración lo importante no son las fórmulas y el cumplir compromisos con Cristo, sino que pongamos todo el corazón al tratar con Jesús y con María.

Algo que a mí me ayuda mucho es que termino todas mis jornadas con una visita a la Virgen María. Consiste simplemente en que justo antes de acostarme, voy ante una imagen suya, rezo tres avemarías, guardo un minuto de silencio sólo mirándola y termino con la salve. Es como el beso de buenas noches que daba a mi madre antes de acostarme.


Autor, P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)

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