Y es especialmente en las fórmulas litúrgicas donde encontraremos claridad de expresiones, espontaneidad y seguridad en nuestra oración. El corazón se expande porque participamos de los afectos de la Iglesia, sube al Padre y se siente reposar, fortalecer; hemos encontrado cuanto deseaba nuestro espíritu.
Por estas razones deberíamos apreciar los textos litúrgicos; encontramos fórmulas de oración inspiradas y adaptadas a todas nuestras situaciones concretas. Pero hace falta aprender a conocerlas, a sentirlas en el espíritu y hacerlas nuestras.
(…)La oración con una fórmula fija, (…)llega a ser un sucederse mecánico de palabras, no es ya algo personal del individuo que ora; se rompe el medio vital que debe unir y ligar estrechamente nuestro espíritu con los afectos encerrados en la fórmula La fórmula debe tomar vida en nuestra intimidad, fuerza y calor; así llega a ser medio de encuentro, de diálogo con Dios. Como requisito fundamental para que esta recitación sea fructuosa, las fórmulas se recitarán con razonable lentitud; el espíritu tiene necesidad de poder seguir aquello que dicen los labios.
Orar con la mente y corazón
No basta, para estar tranquilos en nuestra oración, tener entre las manos un manual de oraciones, la corona del Rosario, y ni siquiera el breviario; para orar hace falta que la mente y el corazón actúen.
Extracto de La oración
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