La humildad de corazón, vaso de la gracia

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¿Cuál es el vaso en el que la gracia se derrama? Si la confianza es para recibir la misericordia y la paciencia para acoger la justicia, ¿cuál es el recipiente que podemos proponer que sea apto para recibir la gracia? Se trata de un bálsamo muy puro y necesita un recipiente muy sólido. Ahora bien, ¿qué hay de más puro y de más sólido que la humildad de corazón? Por eso Dios da su gracia a los humildes; justamente por ello pone su mirada en la humildad de su esclava. Y es justo, porque un corazón humilde no se deja ocupar por el mérito humano, y por ello la plenitud de la gracia puede derramarse aún más libremente.

¿Habéis observado al fariseo orando? No era ni ladrón, ni injusto, ni adúltero. No descuidaba tampoco la penitencia. Ayunaba dos veces por semana, daba el diezmo de todo lo que poseía. Pero no estaba vacío de sí mismo, no se había despojado de sí mismo, no era humilde, sino, al contrario, engreído. En efecto, no estaba preocupado por saber lo que todavía le faltaba, sino que exageró su mérito; no estaba lleno, sino hinchado. Se marchó vacío por haber simulado la plenitud. El publicano, por el contrario, porque se humilló a sí mismo y tuvo cuidado de presentarse como un recipiente vacío, se pudo llevar una gracia más abundante.