Acaeció a un Padre del yermo, que apareciéndole una figura del crucifijo, no sólo no le quiso adorar ni creer, mas cerrados los ojos dijo: «No quiero ver en este mundo a Jesucristo, bástame verlo en el cielo.» Con la cual respuesta huyó el demonio, que con ajena figura le quería engañar. Otro Padre respondió a uno, que decía ser Ángel enviado a él de parte de Dios: «Yo no he menester, ni soy digno de mensajes de ángeles; por eso mira a quién te enviaron, que no es posible que te enviasen a mí, ni te quiero oír.» Y así con esta humilde respuesta huyó el demonio soberbio. Y por esta vía de humildad, y de desechar muy de corazón estas cosas, han sido muchas personas libres por la mano de Dios de muy grandes lazos que por esta vía el 60 demonio les tenía armados; probando en sí mismo lo que dice Santo Rey y Profeta David (Ps., 114, 6): El Señor guarda a los pequeñuelos: humílleme yo, y libróme Él. Y, por el contrario, hallando la falsa revelación o instinto del demonio alguna gana o aplacimiento liviano en el corazón de quien le recibe, prende allí y toma fuerzas para del todo engañar, permitiéndolo Dios no sin justo juicio; porque, como dice San Agustín, «la soberbia debe ser engañada». (Juan De Ávila, Audi filia)